ace solo unos días el río arrebatado, el río tenebroso y ominoso, se coló en nuestro sótano mientras dormíamos. Y ya por la mañana, al bajar las escaleras metí un pie sin querer en las aguas heladas. La zapatilla completamente empapada, la inquietud de albergar en casa a un extraño salvaje. Se quedó varias horas curioseando en las estanterías. Yendo de un lado a otro. Probando los sillones. Yo le ofrecí un café caliente pero ni siquiera me miró, orgulloso río de oscura y fría agua del norte. Cuando se fue, observé que sonreía: como de soslayo. Hasta pronto, susurró con insolencia indolente. Plenamente consciente de su enorme poder de intimidación. Pues se cree un dios. Y tal vez lo sea. ¿Hasta pronto? Sí, amigos, queridos vecinos, amables desconocidos: volverá. Eso lo sabemos. Hay cosas que se saben, ¿no? No se sabe por qué se saben, pero se saben. Aunque, en realidad, sí se sabe por qué. Hay cosas que se saben, sencillamente, porque son como son. Y como siempre han sido. Sin más. Como, por ejemplo, se sabe que todas las investigaciones judiciales que se le abran al emérito se van a archivar más bien temprano. De tal modo que, en realidad, tanto te sorprende que las abran como que las cierren. Hasta el punto de que te preguntas: ¿Por qué las abren? No sé si me explico. Porque una cosa es hacer el paripé, o sea, hacerle creer a la chusma plebeya que los de arriba están sometidos a las mismas leyes que los de abajo, cuando, a la hora de la verdad, no es así y todos lo sabemos desde siempre. Y otra cosa muy distinta sería que no hubiera ningún paripé. Pero no, claro, eso es imposible, en fin, ¿cómo no va a haber paripé? Siempre habrá paripé. La vida social se basa en eso. ¿Desde cuándo? Yo qué sé desde cuándo. Desde que vivíamos en los árboles. O desde antes. Seguro que desde antes.