ada vez me gusta más el humor absurdo. No sé por qué será. Pero me temo que es por algo. Todo es por algo. Porque antes no me gustaba. Cuando era joven, quiero decir. Me parecía demasiado absurdo, supongo. Sin embargo ahora, a medida que envejezco, me gusta más y más. Cuanto más absurdo, más gracia me hace. Y más sentido le veo. Eso es lo malo, claro. Que le veo sentido al humor absurdo. ¿No es una locura? Verás: ahora, cada vez que mi madre tiene que ir al banco, yo tengo que acompañarla. Porque no es tonta, pero está mayor, ya sabes. Me lo avisa con mucha antelación, para que me presente presentable. Así que llega el día y allá vamos: la anciana gallina de pelea con su viejo polluelo disfrazado de almirante. Cogidos del brazo. Parece que fuera ella la que se apoyara en mí, pero puede que sea al revés. En cuanto la mujer joven de aspecto empoderado nos ve entrar en la sucursal, hace dos cosas. Las hace siempre, no falla. Traga saliva y mira al techo. Simultáneamente. No lo puede evitar. Es un don que tiene. Un adorno de su persona que exhibe sin disimulo. Lo cual, por otro lado, ya empieza a ser divertido. Puede que haya sitcom de calidad una vez más, me digo. De hecho, yo ya veo sitcoms por todas partes. Humor absurdo sin parar. La mujer joven: Lo tienes que hacer desde las apps. Mi madre: ¿Desde dónde? ¿Desde la Txan? Yo me parto. De todas formas, si lo piensas: que la evolución de unos gusanos haya llegado hasta nosotros, es fantástico, ¿no? Sí que lo es. Fantástico me parece una palabra apropiada. Alucinante, me parece aún mejor. Así que sí: este mundo es a la vez absurdo y alucinante. Quieren ahorrarse el dinero que les costaría atenderte bien. Absurdo y alucinante me parecen las palabras apropiadas. Tienes ahí el dinero de toda tu vida y te dicen: búscate la vida. Absurdo y alucinante se quedan cortas. Habría que inventar algo más. La cuarta dimensión. Para seguir hilando fino hasta el infinito.