reo que me estoy haciendo fatalista. Se lo confieso a Lutxo: me estoy haciendo fatalista, Lutxo, es mi destino, le digo. Es con ch, se queja él. Pero yo lo pongo con tx para hacerle ver que hay otros mundos. A veces, lo que creo que es difícil, me parece fácil, pero luego no sé explicarlo muy bien. Así que me disculpo de antemano. Porque, vamos a ver, no es que podamos conocer nuestro destino, de acuerdo, pero siempre te hueles algo, ¿no? Se supone que todo el mundo sabe de qué va la vida. Cada uno a su manera, claro, eso sí. O sea, que, para nosotros, paradójicamente, las causas puede que estén más en el futuro que en el pasado. En fin, no sé si era Lacan o era Cioran el que decía que los juegos de palabras nos vuelven locos, pero, en definitiva, eso: que a veces luchamos contra nuestro propio destino cuando es inútil. Y bueno, pasando al universo de lo local, podríamos decir que el destino de Maya era ser el alcalde que amaba las bicicletas, mira tú por dónde: el gran promotor del carril bici, la ciudad sin humos y todo ese rollo ecologista del futuro. Se veía, ¿a qué sí? Muchos, en especial, los más retorcidos, los más rencorosos, recordarán algunas de las frases que soltaba Maya al respecto, hace no tanto. Las frases en sí y toda su prosopopeya ambiental. Y fíjate, luego viene el destino y toca rectificar. Una pena. Pero ¿cuál es la lección moral que debemos extraer de todo esto, queridos amigos y vecinos, amables desconocidos, gentes diversas que vagáis por las calles confusas y en desorden? La lección es que rectificando se puede llegar a ser sabio. Porque cuanto más te hayas equivocado en el pasado y cuanta más voluptuosidad y obstinación hayas puesto en el error, tanto más edificante resultará tu rectificación y más sabio y admirado serás. Como Maya. Yo lo veo claro. Aunque también te digo que no ando muy católico de la vista últimamente.