Los tocamientos ocurrían en una clase de 30 alumnos. Delante de todos, en el estrado. El autor fue José San Julián Luna, sacerdote y director del colegio entonces masculino Nuestra Señora del Puy de Estella de 1959 a 1973. Las víctimas, niños de ocho, diez, doce años que ahora son hombres de casi setenta. Hoy me voy a permitir utilizar esta columna para dirigirme a ti, Koldo. Porque te has atrevido a denunciarlo. Seguro que desde el miércoles aún te dura el vértigo. Hacer públicos unos abusos que a muchas personas les lastran de por vida puede resultar liberador, pero también requiere sostener lo que supone colocarse en el ojo del huracán. Tranquilo, ya sabes que la atención mediática es pasajera, pero tu decisión no. Es permanente y es valiente. Dar este paso tiene muchísimo mérito. Hacerlo en un lugar pequeño como es Estella, más. Ahí viven los otros 29 alumnos que vieron lo que a ti te hacía aquel hombre, o lo sufrieron también. En una entrevista a Juan Andrés Pastor contabas que has hablado con varios de ellos, que hay tres que están pensando seguir el camino que tú has abierto. Y que hubo alguno más, víctima o testigo forzoso de aquellos abusos sexuales continuados, que les quitó importancia. Con estas experiencias la mente de cada uno hace lo que puede. Gracias, Koldo. Sé que tienes el apoyo fundamental de tu hija, y el de muchas otras personas que no te ponen cara. Ojalá en nuestra Estella y en todos los pueblos y ciudades donde sacerdotes han abusado de niños durante muchos años sigan apareciendo personas como tú reventando el muro de una vergüenza y una culpa que no os corresponden. Porque quienes tienen que cruzar el infierno que habéis sufrido y pediros perdón de rodillas son ellos, los religiosos, la Iglesia, los que se han aprovechado del poder que otorga saberse impunes durante tanto tiempo.