Robert de Niro, Harvey Keitel, Al Pacino y Joe Pesci rejuvenecidos. Los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgan en la última película que ha tallado sobre su mafia tan amada como radiografiada Scorsese. El director amamantado en la Little Italy neoyorquina ha facturado para Netflix The Irishman, estrenada la semana pasada, unos días antes de que se inaugurara la segunda fase de la investigación al presidente de Estados Unidos para determinar si se debe llevar a cabo un impeachment. Este proceso podría acabar con Trump, destituirlo, revocar su mandato. Las 300 páginas del informe presentado el martes vienen a afirmar que existen sobradas pruebas para llevarlo adelante. Trump ha primado su propio interés político sobre el del país que preside. Expertos jurídicos documentan y atestiguan un comportamiento que llevamos confrontando casi dos años. Esta es la crítica más clara que ha recibido la película de Scorsese, la duración. Tres horas y media. Más ahora que nos alimentamos de una fragmentación constante de capítulos y microepisodios de series. Hay quien la ha partido en cuatro para verla asegurando que en porciones funciona. Pero el director, cuando se le preguntó por qué no había elegido el formato miniserie para contar tanto, atajó disparando que la clave de The Irishman es precisamente el efecto acumulativo de los detalles que el espectador va absorbiendo conforme transcurre la película, efecto que cobra todo su peso específico cuando llegas al final. Con Trump ocurre lo mismo, pero en negativo. Nos lo hemos tragado entero, y se nos ha amontonado el abuso de poder, obstaculización al Congreso y a la Justicia y, ya fuera de informe, la sobredosis de paternalismo, machismo, incultura? Y de laca y bronceado artificial. Alguien asesinó al asesor de imagen. La película está siendo horrorosa, a ver si llega el final.