n instalador de fibra óptica es despedido por su jefe -quejas de clientes, parece- y como respuesta le sabotea la línea de telefonía fija e internet de su casa. No lo hace días después. Lo hace ahora, un año más tarde. Doce meses masticando la idea -en términos de emprendizaje dando forma al proyecto- para que no se le hiciera bola y la venganza fluyera untuosa y ligera por su tracto intestinal hasta liberarse apagado el ardor volcánico del impulso. A pesar del año la víctima lo ha adivinado. Algo sabe de telecomunicaciones, instalar y cortar líneas y herramienta necesaria, de eso vive. (También es cierto que el silogismo no tiene por qué darse. Hay gestores que dirigen con la misma soltura una empresa de exportación de txistorra al vacío que otra de domótica sin saber de ingeniería ni de cerdos). El joven saboteador ha sido detenido este jueves en Pamplona. Que te corten la fibra duele más hoy que que te corten el cuello y aquí el damnificado no fue sólo el destinatario inicial de la acción, sino toda la comunidad de vecinos. Hay venganzas imaginativas que alimentan muy bien el fuego de campamento que son los vinos con los amigos. Transferir la maldad, la estupidez o la manipulación supremas a la figura del jefe o la jefa es un ejercicio bastante cotidiano y que puede resultar catártico. Y hay quien merecería, desde luego, un corte de fibra, de datos, o de pelo mientras duerme a manos de un estilista capilar recién salido de un after. Pero aparte de que ejecutar el proyecto puede llevarte a compartir duchas con gente desconocida, no ayuda a nada. No hace que te sientas mejor ni te libera del daño o de la ofensa recibida. Convivir con el rencor nos hace peores. Sienta mejor soltar lastre. Y ver buen cine, eso nos hace mejores, como defiende Alejandro G. Calvo, un crítico apasionado y didáctico en sus vídeos del que me he hecho fan. Y los buenos libros, obras de teatro, conciertos, algunos viajes. Y rodearnos de gente de la que merece la pena y sabe tocarnos la fibra pero bien.