Momento friki de su portavoz. El Gobierno de Chivite exige a los partidos políticos que no utilicen Navarra como ariete en la próxima contienda electoral. Contra el PSOE, claro. Un toque de candor. Exigencia decorativa. Testimonial. Voluntarista. Navarra, permanente banco de pruebas. La más reciente, el experimento de Navarra Suma, de posible implantación en otros territorios. Navarra, siempre implicada en la refriega política. Sin remedio. Desde la negociación de la Constitución de 1978 hasta el último intento de investidura. Y casi siempre por lo mismo: la influencia y pretensiones del nacionalismo vasco y el tratamiento del euskera. Identidad y lengua con raíces en esta tierra. El procés ha reavivado los rescoldos de la memoria de ETA en el sectario discurso españolista. Los soberanistas con escaño en Cortes son vistos como apestados. El Convenio Económico, molesta. Lo otro, irrita. Ambas cuestiones son armas arrojadizas con odio indisimulado, nutrido de ignorancia, mentira y manipulación. El cuatripartito saliente y la alcaldía bilduetarra de Iruñea provocaron en la derecha una úlcera sangrante. Pero el actual Ejecutivo les resulta insoportable. El PSN recuperó la llave y esta vez la metió -lubricada lo necesario por Bildu- en la cerradura alternativa. Más por conveniencia que por convicción. A rebufo de los resultados en las generales -con la debacle de Podemos y la desunión de otras izquierdas-, el PSN remontó del pozo hasta su suelo electoral (11) en Navarra. Reincidir en actitudes anteriores hubiera podido suponer su ocaso. Ferraz lo permitió. Con estratégico camelo en el cambio de signo de algunas alcaldías. En Pamplona a partir del eufórico e incontrolado “Adiós, Asiron” de Esporrin. La presidenta Chivite se muestra muy perspicaz: “Percibo hartazgo de la ciudadanía con la utilización que la derecha hace de Navarra”. Como lo percibiría por la traición del PSN a anteriores oportunidades de cambio. Las dos mejillas.