dulto avanzado en estado de buena conservación. Para los más jóvenes, un viejo. Aún creía en la magia de los Reyes Magos de Oriente. A pesar de que en la edad fronteriza se le cayó la venda de la inocencia al comprobar que Melchor atendía por Josemari, llamado por su padre para que hiciera una carantoña al chaval. Siempre, de Baltasar. Caracterizado o auténtico, siempre del Rey negro. Nunca le faltaba la carta. Este año tampoco. Cuando vio la estrella en el firmamento, la puso en el buzón. Así la recibiría después de rendir adoración al Niño Jesús en el portal de Belén. Cuando ya estuviera camino de los domicilios, sorteada la precaución de test de antígenos y PCR. Las narices del dromedario requirieron de un bastoncillo tamaño XXL. Como una fregona. Había disfrutado mucho en la vida como repartidor de los Reyes. Consiguió que Baltasar sacara de su zurrón la carta del hijo y le demostrara la recepción de la misiva de infantil grafía. Es probable que el aturdido y atónito crío no la reconociera, pero el momento quedaría imborrable en su memoria. Otra vez colgó los regalos de la ventana y provocó carreras emocionadas en la vuelta a casa. Otra, los paquetes se perfilaban entre la luz de fondo y el ventanal traslúcido de una planta baja. La vida es más hermosa con el contraste de la fantasía y la inocencia. El caso es que ese adulto avanzado pidió su regalo. Era delicado, frágil. Por el camino correcto y con los mimosos cuidados de la cartería real, lo recibiría intacto. He aquí que el llamado “chivato” de la Cabalgata, ese personaje siniestro que creía conocer nuestras vidas, optó por confundir al monarca. Le señaló un camino distinto al de la estrella. Baltasar, confundido y cansado por el trayecto, dio pábulo a sus indicaciones. Era de confianza. Dudó, pero las asumió. Camino pedregoso. El regalo se rompió antes de la noche del 5 al 6 de enero. La mentira recubierta de aparente lealtad. La maldad de los chismosos asintomáticos.