staba en una isleta urbana pendiente de que el semáforo me permitiera cruzar la avenida. Se me acercó un caballero con mascarilla de una muy conocida ONG. Persona de trabajo voluntario y solidario con toda probabilidad. Creo que me estuvo observando hasta que se acercó para confirmar mi identidad. Los semáforos de minuto y medio de espera dan para mucho, pero la demora en el contacto verbal acortó el tiempo disponible. Me dijo lo suficiente para una reflexión posterior: que la izquierda abertzale no dé motivos a la caverna mediática. Lo pensé. Calibré a qué motivos, como los ongi etorri o ciertos nombramientos internos, se podía referir. Seguro que en su cabeza había un repertorio largo. Creo, sin embargo, que los enemigos naturales no necesitan de motivos concretos para ejercer de tales. Los odios mutuos están esparcidos por el territorio social y político. La izquierda abertzale está donde hace tiempo se la quiso y tanto le ha costado: hace política en las instituciones. Décadas atrás le costó hasta fracturas. Ahora también sufre oposiciones, pesares y discrepancias entre sus militantes y simpatizantes. No es un mundo fácil. Ideólogos del combate han trocado en promotores de diálogo. ¿Sinceridad, estrategia? De todo habrá. Hace su política, para sus intereses. Como quienes negocian y pactan con ella. También piensan en su conveniencia. En política, los únicos grandes objetivos son los propios. Aunque se viertan conceptos más ampulosos. Últimamente lo saben hasta las vacas de carne. Las bravas no aguantarían tanto estiércol en las pezuñas. La palabra ETA se está pronunciando casi más que en tiempos de sangre. La violencia de la organización armada y el terrorismo de Estado han dejado víctimas y asuntos sin resolver. La munición es un arsenal potente para mantener la tensión. Así que algún nombramiento y algún festejo esporádico poco aportan al fondo del problema. Las cicatrices necrosadas son poco sensibles a los pellizcos.