l mando único es lo que tiene. Si aciertas, el mérito será tuyo y sólo tuyo. Pero si la cagas, todas las bofetadas te las llevas tú. Aunque sólo fuera por eso, Pedro Sánchez debería hacer caso a los presidentes autonómicos y empezar a darles más vela en este triste entierro, en vez de comunicarles decisiones que ya conocen por la prensa. La gestión de la crisis sanitaria no va a ser más caótica por ello, ni las decisiones más contradictorias, ni las rectificaciones más numerosas. Si había miedo a que unas autonomías encararan la pandemia manifiestamente mejor que otras, ese peligro está ya bastante diluido. No parece que en ningún sitio estén como para sacar pecho. Algo extensible a la mayoría de nuestros vecinos europeos. La falta de previsión, la lentitud en la toma de decisiones, la escasez de material sanitario y de protección, las despistantes vueltas atrás y el continuo recurso al ensayo-error no nos diferencian sino que nos igualan a la mayoría de los países más próximos, donde también casi todo el mundo va a ciegas. ¿Mal de muchos consuelo de tontos? No. Si nadie estaba preparado para un cataclismo semejante, deberíamos de empezar a preguntarnos por qué. Por qué un mundo con los recursos económicos, científicos, sanitarios e informativos de los que dispone actualmente, mantiene un sistema político, económico y social que no solo coadyuba en el desarrollo de una pandemia como el COVID-19 sino que le impide hacerle frente de forma global, efectiva y justa. Hay mucho que decir sobre esta crisis. Mucho sobre la gestión de nuestros dirigentes, actuales y pasados. Mucho sobre sus deseos de empezar a remar en otra dirección. Luego, oyes a Carlos García Adanero (Navarra Suma) en el Congreso reprocharle a Sánchez que "hoy, Jueves Santo, la gente tendría que estar en la playa, en las procesiones, en el campo, en el pueblo, haciendo deporte, donde le diera la gana, pero están en casa", y, simplemente, se te caen los cojones al suelo.