i al gobierno ucraniano le importara realmente la vida y la seguridad de sus ciudadanos lo que debería hacer sería deponer las armas y detener así esta masacre. El razonamiento es impecable e implacable. Solo en la literatura vence David a Goliat. Y aun así, fue porque tenía a Dios de su parte (y una honda, que también ayudó). Seamos, pues, serios. Se ponga como se ponga, Ucrania no va a salir victoriosa ante Rusia. Cada día que se prolonga este infierno son 24 horas más de muerte y destrucción para gente inocente e indefensa. Animar, pues, al pueblo ucraniano a la resistencia desde la seguridad de nuestros mullidos sofás, como está haciendo Occidente, además de ser poco realista, roza pura y simplemente lo inmoral. Vale. Entiendo a la gente que defiende todo eso incluso en este mismo espacio. Considero además que buena parte los que se expresan así lo hacen desde la ética y la empatía hacia los que sufren. Ni esconden partidismo ideológico o sentimental por Putin, ni quieren que estos ucranianos dejen de dar el coñazo porque consideren que la prolongación de la guerra afecta negativamente a sus intereses o a su simple modo de vida. Repito, lo entiendo. Pero también entiendo a los ucranianos. A los palestinos y los saharauis. A los kurdos y a la resistencia armada contra la dictadura birmana. Quizás el mundo estaría más tranquilo si toda esa gente agachara la cabeza de una puta vez. Pero no lo hacen. Porque también está dentro de la condición humana no plegarse de primeras a la ley del más fuerte. Aunque sufras y hagas sufrir por ello. Eso también está en la literatura. De hecho, muchas de sus más bellas páginas se nutren de eso. Páginas que, es la pura verdad, leemos luego en la tranquilidad de nuestros sofás, esperando la hora del informativo para empezar a cenar.