La sensación que convoco hoy, pero sobre todo los últimos días y la tarde de ayer es una vieja conocida. Vuelve a mí continuamente cuando la llamo aunque con ello no consigo nada salvo sonreír un poco si llega. En El mar de Banville, el protagonista, Max, la reconoce asidua. Por eso me acuerdo de él con frecuencia. Me explico, mantenemos (Max y yo al menos, no quiero generalizar, aunque juraría que saben a qué me refiero porque lo han experimentado) la consoladora ficción de que a partir de determinado momento, la realidad se ordenará como si fuera el último escalón de un podio que da acceso a una superficie sin tropiezos, un cambio de funcionamiento a mejor, un tiempo en el que devenir y decidir será más fácil, un país propicio, una bahía a resguardo de las tormentas. Es, efectivamente, una mentira piadosa. La realidad tiene mucho de desorden e incumplimiento.

Esta ficción que funciona en la historia personal también es una quimera que prolifera y atrapa a los colectivos, son los cuando acabe, cuando venda, cuando lleguemos, cuando compremos, cuando consigamos, en otoño? Son como mucho pequeños pasos, ni siquiera peldaños, esas pisadas que damos más para mantener el equilibrio en un entorno en movimiento que para avanzar hacia cualquier sitio. Creo.

El 7 de enero marca un a partir de ahora posiblemente más profundo que el año nuevo. Entono (y siento otras voces conmigo) un canto a las bondades de la rutina, de lo previsible, de lo más que trillado. Yo necesito estas muletas para andar aunque sé que lo son y que las más de las veces me enredo los pies con ellas y que además exigen de mí una musculatura de credulidad y entusiasmo que no siempre me sobra.

Las artimañas confortadoras también tienen sus contradicciones.