Hace unos días, Francisco Pérez, arzobispo de Pamplona, declinaba participar en la Jornada sobre pederastia en los centros religiosos. Un arzobispo es libre de declinar cualquier invitación, ese derecho le asiste como a cualquier ciudadano, pero su decisión no fue la mejor, le obligó a justificar la inasistencia y su argumento fue doblemente pueril, por lo del mal de muchos y por tratar como a menores a la audiencia. "Ocurre en muchos ámbitos, no solamente en la Iglesia. Ocurre en familias, en polideportivos?", dijo. No ayuda. Si la pederastia fuera un delito acotado en un ámbito concreto y sus responsables se aplicaran a la tarea de erradicarla sería un poco más fácil acabar con ella. No lo es, así que asumir las responsabilidades propias y reconocer el daño causado es síntoma de madurez y premisa para poder reclamar las ajenas. ¿Incómodo?, ¿doloroso?, ¿humillante? Claro. No más costoso que sufrir un abuso y sus consecuencias. Las víctimas que han denunciado y han dado la cara han demostrado responsabilidad y coraje. Se van conociendo casos y se conocerán más. Al hilo, dos anotaciones. Por ahora, los centros en que se han denunciado abusos son en su mayoría centros masculinos. Si nos atenemos a las estadísticas, las mujeres sufren más abusos que los hombres, así que es posible que haya un contingente desconocido de mujeres abusadas. Otro dato a tener en cuenta son las edades, las personas que han denunciado tienen un recorrido vital suficiente para decir ya basta de silencio, pero es difícil suponer que otras más jóvenes no hayan sufrido igualmente. En cuanto a los ámbitos, no ignoramos que la pederastia es tristemente transversal, así que su prevención, reconocimiento y reparación es tarea de todas las instancias, por eso, sustraerse al primer acto de visibilización y comprensión no fue la mejor decisión, creo.