e cuenta que una compañera de piso vuelve a casa. Las oportunidades no aparecen, los trabajos se acabaron con el confinamiento y el paro más tarde, así que la decisión se iba perfilando. Con ese horizonte poco deseado, encontró la opción de la venta de óvulos y con eso se ha mantenido hasta ahora. El proceso no ha sido fácil: analíticas, medicación, alteraciones físicas, espera. Extraer óvulos es un procedimiento costoso, no siempre es posible, tiene un límite y, además, depende de la demanda. Pasa factura. No lo contó en casa. No tanto por no poner en evidencia su situación económica sino porque le perturbaba la idea de que en breve podría haber criaturas en el mundo que de alguna forma fueran suyas y no quería compartirla.

Terminado el proceso, en la clínica le regalaron un kit de merchandising. Entre los artículos, un bolso con la leyenda Mujeres que sostienen a mujeres. Es la magia del marketing. Que parezca bonito, generoso, recíproco, hasta feminista, y, a la vez, que quede reducido a una cosa entre mujeres. Como si el paso de la donante y la receptora por la clínica fuera un acuerdo amable entre personas que se echan una mano y reflejara la equidad de las situaciones de partida, como si después pudieran tomarse un café, obviando tantas cosas.

Me lo cuenta con la percepción triste de que su discurso crítico puede mantenerse porque ella tiene trabajo, pero posiblemente cambiaría si sus circunstancias fueran las de su compañera.

Después de colgar, he metido un par de cojines en una bolsa de vacío, de esas que comprimen lo guardado conforme el aspirador succiona el aire del interior. La bolsa primero se aplana y conforme la presión aumentase curva, se pliega exhausta.

No me quito a esa chica de la cabeza.