magino que buena parte de ustedes, como yo, albergaba alguna esperanza de que la amenaza quedara en una fanfarronada, pero el mundo es terco. Imagino también que la invasión de Ucrania les impacta con especial proximidad porque reconocen coincidencias en las formas de vida, cierto orden y disposición de las calles, rótulos comerciales y prendas y estilos comunes. Veo dos imágenes que me acercan.

La primera es la foto de una mujer sentada en el suelo de una estación con la espalda apoyada en la taquilla. Su hija está tumbada sobre una esterilla y coloca sus piernas sobre las de ella. La niña parece más aburrida que cansada o temerosa o en alerta. A ambos lados, hay mochilas y una gran maleta amarilla como la de J. Ambas, seguramente, la eligieron porque es fácil de identificar. La mujer está usando un móvil mientras presiona con las yemas de los dedos de la mano izquierda ese punto entre la frente y el nacimiento de la nariz. Copio el gesto y deduzco que recibe y procesa información que puede resultar determinante para ella y la pequeña.

La segunda es una grabación en un bunker. Un adulto va sentando niñas en una especie de estanterías dispuestas en la pared. Niñas de cinco, seis años. Menudas y disciplinadas, ocupan en la balda el lugar mínimo que se les asigna como si fuera un ejercicio de clase ya conocido, abrazando con las manos las piernas dobladas. Me viene a la cabeza el ajuar propio de su edad: pinturas, libretas, gomas y horquillas, cajitas, peluches, postits de colores, chucherías, recuerdos recientes de un cumpleaños o una salida familiar, tesoros ligeros, objetos que otras niñas conocidas desplazan en sus mochilas habitualmente, hilos delicados de los que tirar para armar la trama de un incipiente recorrido vital amenazado.