stoy invitada a una boda a finales de este mes y convivo con la incertidumbre porque lo único seguro es que el enlace se celebra, el resto es pura duda. Esta ceremonia comenzó sus trámites antes de la pandemia, fue programada para la pasada primavera y hubo de posponerse todo un año. Aquí estamos, en mayo de 2021 y nadie puede asegurar a ciencia cierta el número de invitados que acompañarán a la pareja, qué fiesta podrá celebrarse y en qué condiciones. El mundo no se para por esto, es seguro un problema menor, pero hay que ponerse en la piel de los novios -también, en su medida, en la de los chavales que celebran la primera comunión- y entender la frustración de quienes se lanzan a dar este paso y se ven frenados en seco de un manotazo por la covid. Para más complicar la cosa, a sólo unos días de empezar la temporada, el departamento de Salud y el Arzobispado recomiendan posponer celebraciones "en la medida de lo posible", que tiene su aquel, y los hosteleros siguen sin saber a qué atenerse a la espera de conocer los instrumentos legales que el Gobierno de Navarra aplicará tras el fin de estado de alarma la próxima semana. Lo único que se me ocurre decir a mis amigos es aquello que una vez escuché, cuando aún se podía bailar en las bodas: sed eterna y moderadamente felices.