uando las colas habían desaparecido de nuestro entorno, excepto las que se siguen formando frente a algunas terrazas, ha surgido una nueva en la calle Comedias para comprar gofres de variados sabores. La presunta gracia del negocio es que los dulces tienen forma de pene o de vagina. Es por ello que cada tarde los clientes esperan su turno para adquirir el producto, bajo el control de una empleada enfundada en latex y taconazos, lo fotografían -esencial colgarlo en redes- y se lo comen a mordiscos, lo chupan o lo que les plazca. Hasta aquí, poco que objetar. He sabido que la firma arrastraba este verano un conflicto con el Ayuntamiento de Sitges, para el que la decoración fálica de la fachada y del cartel y el hecho de que los gofres se vean desde la calle incumplen su normativa. Cuando llegó a Sevilla, hubo quien entendió una provocación el hecho de que la tienda se instalara en una calle por la que desfilan quince cofradías. Frente a este tipo de iniciativas, las opiniones tienden a multiplicarse: obscenidad, consumismo sexual reprobable, estúpida provocación, divertimento picarón, comercio imaginativo... Lo hablaba esta semana con una amiga, tanto tiempo y tanta gente peleando por la consecución de derechos sexuales para que venga un listillo a lucrarse con masa de galleta.