e llamaron por teléfono mientras terminaba ayer esta columna para decirme que había fallecido el hijo de una familia a la que quiero, el hermano de una amiga. Ya sé que todos los días muere gente y que la mayoría deja tras de si el duelo de sus allegados, pero pensé que le iban a dar mucho al texto que había escrito sobre el pasaporte covid porque este hombre se merece hoy un reconocimiento. Lo digo yo, pero también cualquiera que lo conociera como esposo y padre, como hijo, hermano, currela, amigo... Fue una persona estupenda, cariñosa y siempre lo recordaré con una gran sonrisa en la cara tras correr un encierro. Un fanático entusiasta del balonmano, seguro que toda Anaitasuna llora su pérdida. Un chaval de justo 50 años con unas agallas y una voluntad de vivir dignas de un héroe de película clásica tras pasar años peleando contra los muchos cánceres que le hostigaron. Ganando y ganando peleas para, al final, perderlo todo. Eso sí, tras plantar cara a la enfermedad tantas veces y de tantas formas que no podemos sino agradecerle el ejemplo de entereza y coraje, de ganas de disfrutar hasta el último minuto que ha dejado en el aire. Si somos listos, debiéremos recoger el guante que nos ha lanzado y, al menos, intentar ser menos cutres y más felices. Josu, te lo debemos.