l espectáculo del asalto al Capitolio norteamericano ha sido grandioso, Hollywood puro, y, en consecuencia, de carcajada los rasgados de vestiduras de parte del público porque solo es eso, público, y lejano encima. Las interpretaciones de los sabios de recio y apretado discurrir eran ilegibles y por eso no las he frecuentado, ¿para qué? Parece como que esa turba de gañanes ha atacado al Vaticano de la Democracia mundial. Como digo, de carcajada. Humo. Eso sí, el bisonte despechugado ha entrado en la historia, mientras los profesionales de la timba democrática de allí se abstienen por el momento de pedir de manera firme la cabeza del responsable último del asalto.

Lo siento, cada cual ve las cosas como le parece, y a mí lo sucedido me ha parecido una superproducción condenada a dar en nada, aunque huela a estar muy organizada. Sea lo uno o lo otro, tumultos ha habido en otras partes y más sangrientos, y el espectáculo ha sido de menor impacto y trascendencia mediática… y metafísica, que por esos terrenos se han ido a pasear los bustos parlantes, cansados al parecer de tanto virus.

El asalto del bisonte y demás matones me preocupa e interesa infinitamente menos que la falta de profesionales sanitarios para poder poner vacunas -gracias a la privatización de servicios y a la delirante gestión de una persona que debería estar ya querellada o investigada, y mejor, en prisión- o que el drama de la Cañada Real de Madrid desde hace meses, donde viven unas siete mil personas (2 000 niños) sin luz ni agua, y con una ola de frío encima que da bonitas imágenes, en una condiciones de precariedad radical y miseria. Las estampas de la nieve no van con los de la Cañada. ¿No atenderlos es una forma de que desaparezcan del mapa? La Cañada, ese borrón de Madrid. A esta gente que son pueblo-pueblo, marginales, excluidos, miserables porque en la miseria vive la inmensa mayoría, les sobran motivos para asaltar congresos, senados, palacios de gobierno, bancos, y hasta residencias particulares de maleantes con mando en plaza; pero no, a pacíficos no nos gana nadie, lo aguantamos todo.

La jiña americana salpica en nuestros pagos y la extrema derecha, más trumpista que otra cosa, se apresura a culpar a Podemos de asaltar el Congreso, cuando ella misma pidió rodearlo, obviando que el Rodea el Congreso de la izquierda se trataba de una manifestación pacífica que la Policía, como es costumbre, volvió violenta. ¿O es que hemos olvidado a los infiltrados de profesión u oficio? Desmemoria y dos medidas de manera inveterada. No hay tal ni nunca lo hubo. Podemos es el famoso capazo de las ostias, dentro y fuera de nuestras fronteras, donde, a pesar de ser el gran desconocido, es objeto de las burlas y los insultos de quienes ni sienten ni padecen sus acciones de gobierno, pero callaban como muertos cuando de los desmanes de la derecha se trataba. Sean lo que sean, te gusten más o menos, los votes o no, ahora mismo los endemoniados podemitas, junto con sus socios del Partido Socialista, son lo más parecido a unos gobernantes progresistas que tenemos.

Hace bien el vicepresidente Iglesias en querellarse contra el militar, que en calidad de tal y por jubilado que esté, le calumnia seguro de ser aplaudido, que ese es el fondo del asunto: clérigos, magistrados, militares hacen y dicen lo que les viene engana seguros de ser aplaudidos, justificados, alentados… de lo contrario no insistirían los militares, en grupo numeroso, en presionar al Gobierno y a la casa real con asuntos que hasta ahora las urnas solventan porque son de su competencia; pero se ve que no se trata de eso o no solo de eso. No les gusta el resultado de las elecciones ni la forma de gobierno de quienes las han ganado, pues entonces a armar bulla y a agitar el patriotismo rojigualdo. Ya está bien, te dices, pero por mucho que te digas, ese sector social de militares jubilados seguirá ejerciendo su libertad de expresión, la misma que a ti, en sentido contrario, podría costarte una inculpación judicial. Vivimos en el país de las dos medidas, de los “humillados y ofendidos”, y de la ley al servicio… ¿De quién? Conviene preguntárselo.