o por estar la Tarasca bailando ahora mismo en otra comunidad resulta por ello menos amenazante. La política española corre el riesgo de caer en el autoritarismo más descarado de la mano de la mala intención y de una extrema estupidez representada eficazmente ahora mismo por la IDA al asalto no ya de la presidencia de su partido, sino de la presidencia del Gobierno y de la mano de la extrema derecha que ve con ella la oportunidad de entrar en él y hacer de las suyas. Corta de luces y chabacana, sin complejos, Isabel Díaz Ayuso, la IDA, representa una nueva forma de hacer política que es viejísima o cuando menos muy vista. El suyo es un discurso político bronquista hecho a base de «mentiras, insultos, desfachatez y obscenidad», como señalaba un comentarista político hace nada. Sin escrúpulos y como representante de una masa social que en ella se aplaude a sí misma, que con ella ha conquistado una forma social en la que se encuentra cómoda. No está sola. Tiene hasta cabezas pensantes que la apoyan a sabiendas de su cortedad de luces. Alguien le escribe sus monumentales sandeces, sus proyectos de una sociedad peor.

Todo conspira para el desgaste del actual Gobierno: el golpe blando y continuado de los jueces, amos indiscutibles de la situación, el golpe mafioso de las eléctricas que advierten sin lugar a dudas de su poder político, el deterioro intencionado de los servicios sociales cargado de inmediato en el Gobierno de coalición... Gracias al desparpajo de una juez, la IDA se ha librado de la responsabilidad de lo sucedido en las residencia de ancianos que ella admitió en público gestionar: los testimonios aterradores de los ancianos sobrevivientes no sirven para nada. Han entrado en el terreno de las noticias falsas, las leyendas urbanas y los rumores. El discurso político de esta gente es hacer de la verdad, patraña, y viceversa.

Te repites, pero es que la realidad lo hace con insistencia abrumadora. Hartos. Baldados. La agenda mediática, el pase de hechos al que tú asistes como espectador, gira en torno a los mismos o muy parecidos despropósitos. Tú te limitas a aplaudir, a abuchear o a patear la función. No hay mucha diferencia entre el comentario de pretensión sesuda o sarcástica, y la alborotada pileta de voraces murenas que son las temibles redes sociales.

Y ahora Madrid y la madrileñofobia, que no es otra cosa que el rechazo por parte de madrileños y de quienes no lo son, pero temen ser tratados como tales, a una política más autoritaria y violenta que neoliberal, que también. Una banda de macarras con mando en plaza.

Madrid, «rompeolas de todas las Españas», escribió Antonio Machado en un poema de guerra. En boca de la IDA, Madrid es faro, ahí es nada, faro de la España rojigualda, la una, española y muy española, la grande y la libre, sí, pero de terrazas y cañas mil, en el que quiere encaramarse todo el mundo. Un cuadro que así pintado mete no sé si miedo o asco.

La IDA, ensoberbecida y encanallada de palabra, resulta amenazante con sus dislates porque si ahora mismo ve el milagro de un Madrid lleno de madrileños, ya hace tiempo que piensa en una estado español lleno de lo mismo y solo de eso, a sus madrileños me refiero, a los que ella considera buenos españoles, los auténticos, como el gandul de Abascal, que tienen la sagrada misión de borrar del mapa a los malos españoles que todavía son muchos, demasiados, pero no tantos como para tener una cómoda presencia parlamentaria que aleje el peligro de una involución política y social de envergadura, de cosecha propia y de reclamo de la extrema derecha que reclama sus medidas políticas a cambio de sus votos, hoy la memoria histórica, mañana la ley LGTBI, pasado las viviendas sociales o las prestaciones ídem, que pasarán a fondos buitres. Ellos no gestionan sentimientos, cierto, cierto, solo sus cuentas corrientes y las de quienes les mantienen en el poder. Madrid como negocio, como patio monstruoso de Monipodio. En sus manos peligran las conquistas autonómicas y los derechos generados en su desarrollo. Todo lo que se haga para impedirlo será poco.