l escritor argentino Jorge Luis Borges escribió la Historia universal de la infamia hacia 1934, casualmente el año que nació Rodolfo Martín Villa e inició su turbio carrerón político-policial y de hombre de negocios, primero como lobezno de camisa azul, pero no haciéndole ascos a nada del franquismo que pudiera reportarle algún beneficio: había que trepar y se trepaba, con camisa azul o sin ella, por los pasillos sindicales, de la Falange o de lo que fuera, qué más daba. Había que hacer fortuna, y se hacía. Un trepa de la Falange. Con esos estaría todo dicho. Las hemerotecas y las fototecas están plagadas de documentos que prueban la connivencia algo más que ocasional de MV con el franquismo falangista, con el brazo en alto de los fascistas y los nazis, y con el Cara el Sol de los cuneteros. Las cosas como son. Ellos mismos lo dicen: no se puede cambiar la historia, por eso, ante la tentación de la reescritura de la historia en contra de lo estatuido, bueno es quemar preventivamente todos los archivos policiales, sindicales o del Movimiento, que puedan probar el saqueo, las torturas, los abusos, las desapariciones... Ya se publicó eso en su día, y hasta el lugar donde se cometió la fechoría, una de tantas de las que a su mando directo o responsabilidad política y jurídica, a Martín Villa no le han quitado el sueño en medio siglo. Y es que Martín Villa ha dormido a pierna suelta no ya con la conciencia tranquila, sino con la conciencia alquilada al mejor postor, ya fuera el franquismo o los albondigones que vinieron luego, fueran la UCD de los lobeznos o el PP de los franquistas sin recato como Fraga. La suya es una biografía sinuosa que quita el resuello y hace ver por qué motivo las cosas no pudieron cambiar en España. Esa biografía es el mejor ejemplo de lo que fueron los carrerones del franquismo y de cómo a su sombra se urdieron las fortunas personales: todo lo que de repulsivo pueda tener un régimen está en esas cucañas. Mientras ellos subían y escalaban puestos, las cárceles estaban llenas y el Tribunal de Orden Publico condenaba como con repetidora. Lo daban por bueno, lo han dado por bueno hasta ahora mismo. Lo acaba de decir Nicolás Sartorius: pactaron con quien les fusilaba.

Hace unos días MV hizo unas declaraciones asombrosas que fueron tomadas por una aplaudible lección de milagros democráticos, en opinión de sus secuaces y de desvergüenza política en la de quienes lo ven como una indeseable reliquia del franquismo. Eso a gustos, son opiniones basadas en hechos comprobables y en doctrina de décadas. No solo dijo en plan taurino que la querella argentina no le había quitado el sueño, sino que admitía haber podido "ser responsable político y penal" del Tres de Marzo, aunque negara un "plan sistemático"... porque este venía de antes, estaba en el aire: policías, parapolicías, incontrolados bien dirigidos, servicios de información, leyes ad hoc, TOP, consejos de guerra que bebían en las fuentes jurídicas del Código Machaquito y que todavía no han sido anulados... qué mayor plan sistemático de sojuzgar y atemorizar a una población. Lo de los impunes crímenes de Vitoria es sangrante. Fue el responsable político y administrativo de lo sucedido y de las muertes a manos de la Policía y tuvo la desfachatez de ir con Fraga al hospital a visitar a los heridos. Mayor desvergüenza es prácticamente imposible, pero siempre se puede ir un poco más allá, de propia mano o con cargo a sus herederos políticos y sociales, que añoran la ciénaga de la que salió Martín Villa.

Ahora Martín Villa, en un gesto torero propio de Llapisera, va a devolver la medalla de oro de Barcelona tras haber recurrido su retirada y obtenido una sentencia favorable del TSJC. Recurrió no por nada sino porque se considera más que legitimado a colgársela del cuello, cual marqués de Collera, por reunir méritos suficientes, como es el de encabezar la represión política y policial de Barcelona en 1974, Tartufo. Encima se las da de espléndido.

Le dieron la medalla por franquista, esto es, por representante de la trapacería en la nueva situación, esa en la que los franquistas y fascistas desembarcaron en la democracia como si tal cosa, hasta ahora mismo.

Martín Villa goza del sueño tranquilo de los impunes, de los que se saben fuera del alcance de la ley, protegidos por sus secuaces e iguales del pasado y del presente, con porra, con toga, con rojigualda en los gayumbos o con gorra de tipógrafo, y por el patrimonio conseguido a lo largo de una vida de esfuerzos de alpinista de la política y los negocios a su sombra urdidos.