engo la impresión de que conforme avanza la guerra mundial en el territorio de Ucrania, sé cada vez menos de lo que allí sucede, tanto sobre el terreno como en las trastiendas que son muchas, rusas y occidentales, a las que veo bullir con una intensidad de indignación inaudita que no gastan en otros horrores. Una cosa es lo que yo vea y otra lo que sucede. Si doy con una fuente de información independiente y crítica con la OTAN, veo que de inmediato está tachada de conspiranoica, cuando no desaparece su acceso por arte de birlibirloque. Lo que me hace ver que estamos de lleno en el mundo de la verdad revelada y del dogma de fe política, de la mano de unos medios de comunicación que imparten catecismo y teología guerrera a cucharadas soperas. Los partes de guerra de los Estados Mayores y servicios de inteligencia británicos o americanos (repicados por los medios de comunicación) son los artículos diarios de fe, mientras que los rusos dicen que... No es lo mismo.

Extraño mundo ese en el que quien comete repetidos e impunes crímenes de guerra en medio planeta, pide la cabeza del enemigo actual: EEUU contra Rusia en la cabeza de Ucrania donde el desastre humanitario es cada vez mayor. Extraño mundo este en el que quien lleva la voz cantante de una de las partes en conflicto nutre a diario con armamento pesado, mercenarios, instructores, inteligencia militar, a su aliado y amigo, y dice no estar en guerra, cuando a todas luces se ve que esta es una guerra subsidiaria como ya ha ocurrido en otras ocasiones. Una guerra que hasta tiene nombre técnico, empleado por los estudiosos de estos asuntos: proxy war. No hablan de paz, sino de derrota militar, que no es lo mismo. Hablan de legislación internacional y de respeto a las leyes, y se proponen expoliar a todos los ciudadanos rusos que andan por el mundo, sean o no putinescos. Ignoro cuál es la ley que ampara ese robo. Occidente (EEUU+OTAN+EU) aspira a una derrota de largo alcance que dé pie a la configuración de un mundo no sé si nuevo, pero sospecho que poco atractivo. Hay formas sordas de sucumbir a la guerra. En ese sentido el engaño que se inflige al público me parece mayúsculo, pero mientras creamos lo que nos dicen, la actividad guerrera va sobre ruedas, en realidad, todas, hasta esa delirante patochada de que la única manera de luchar contra el independentismo son las escuchas telefónicas. ¿Beben? ¿Mucho?

Como no viene a cuento, cito al fallecido escritor Rafael Chirbes en su novela Crematorio, cuya lectura aconsejo vivamente: «Ahoya ya hemos aceptado que esto no admite cambios, o que, en los cambios que admite, nosotros no pintamos nada. Y eso nos ha destrozado». Y aun así seguimos dando la tabarra, en esta y otras páginas, unos escribiendo, otros leyendo, compartiendo indignación, miedos y un afán de justicia sin violencia.

Hasta hace nada habíamos disfrutado de una calma inaudita, por mucha mugre nacional que hubiera y por mucho espejismo que fuera ese sentimiento intenso, porque las guerras, las tragedias estaban lejos y nos rozaban apenas. Fotografías, muchas, grandes reportajes. Mucho temblor, antes de pasar a otra cosa. Eso era la paz. Eso y que las informaciones y las imágenes se diluían y con el paso de los días o semanas perdían fuerza. Tremendas las últimas semanas de Afganistán. Tremendas. Temblor mundial ante el futuro de los afganos no talibanes. Resultado: Nada. Lo mismo cabe decir de los refugiados sirios entre Grecia y Turquía, los de Lesbos. Han pasado dos años ¿A dónde fueron a parar? ¿Y de los civiles iraquíes masacrados y convertidos en cifras de daños colaterales, qué, hay ayudas? Se puede seguir más lejos, mucho.

Los saharauis que luchan por su territorio, su país, su tierra, su cultura no son merecedores de ayuda militar española, al contrario, el gobierno español del trilero Pedro Sánchez se deja chantajear por Marruecos y cede. Sánchez, fuera de la Moncloa, tiene el futuro asegurado en el callejón de Preciados y zona de influencia con la monigotesca ministra de Defensa de gancho y a dar el agua, si vienen los munipas y hay que abandonar el cajón.

Qué tristeza de fondo. Alberti una vez más, en su Nocturno de 1938: ¡Qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,/ qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!/ Balas. Balas. l