Si el aeropuerto de Noáin tuviera que llevar el nombre de un personaje relevante, y relacionado con la historia de la aviación y con Navarra, mi candidato es Leonce Garnier. El piloto francés afincado en San Sebastián desde finales del siglo XIX fue el primero en volar con su aeroplano sobre los terrenos que hoy ocupan la pista, las dos terminales y las dos torres de control. Ocurrió el 15 de abril de 1910 y es un hecho histórico, ya que convirtió a la localidad navarra en el sexto lugar del Estado en el que un intento de poner una máquina rudimentaria en el aire se veía premiado por el éxito. Garnier, que días antes lo había probado sin fortuna en Aizoáin, encontró la colaboración de numerosos pamploneses y de algunos noaindarras, en particular de su amigo Braulio Cascante, quien, tras algún accidente, también tuvo que curarle sus heridas. El piloto, un apasionado de los motores, de los automóviles y de la velocidad, llevó su aventura a otros lugares que, de su impulso, entraron también en la cronología de los primeros pasos de la aviación. Así, durante 1911 lo hizo en Lleida, Castellón, Pontevedra y Oviedo, y en 1912, en Murcia. También fue el primero en volar en las islas Canarias y de afrontar varios retos de larga distancia. Garnier mantuvo una estrecha vinculación con Navarra y participó en algunos de los concursos organizados durante las fiestas de San Fermín en años posteriores. Pese a todo ello, no existe ni una pequeña referencia al piloto ni en las instalaciones del aeropuerto ni en el callejero de Noáin, pueblo al que puso en los mapas aeronáuticos. Garnier es de esos hombres cuya audacia y visión de futuro impulsan cambios radicales en la sociedad, en este caso en algo que cambió la historia del siglo XX como las comunicaciones aéreas. También es un gran olvidado, ya que, al contrario de lo que ocurre con su compañero Jules Vedrines -que también voló por estos cielos-, no podía presumir en su currículum de haber enseñado a pilotar a Saint-Exupéry, el autor de El Principito. Y, por lo leído esta semana, en el olvido sigue. Desmemoria se llama.