no creo equivocarme si digo que somos muchos los que estos días damos vueltas al calendario de comidas y cenas navideñas en familia. Ya se sabe que hay que complacer a todo el mundo y que está implantado un sistema de turnos que un año te lleva a una casa y el siguiente, a otra, en un pacto de pareja anterior incluso al rubricado en el registro y, desde luego, menos inquebrantable. Una ingeniería complicada porque no es lo mismo cocinar para diez que para dieciséis; hacer un menú para Nochebuena o para Nochevieja; que haya niños o no. En este escenario anual se coló hace unos días la declaración de Pablo Iglesias en la que anunciaba que “espero que en Nochebuena los españoles puedan cenar con nuevo Gobierno”. Bueno, pues yo ya aviso: en mi casa no caben.

Tiene prisa el líder de Unidas Podemos por ver esa foto de ministros y ministras en las escaleras de La Moncloa. No me extraña; su inquietud es más cercana a la desconfianza hacia sus compañeros de viaje que a la urgencia por terminar con un gobierno en funciones. Pedro Sánchez, por su parte, gestiona los tiempos con más calma, tratando de que un exceso de presión no lleve al fracaso las negociaciones que sostiene con ERC. El líder socialista alarga el plazo de Iglesias hasta enero, más cerca del roscón de Reyes que de las uvas de Nochevieja.

Durante años, en casa de mi abuela cenábamos en Nochebuena con el Papa (aquellas misas de Gallo en la televisión de blanco y negro?) y en Nochevieja con Franco (y sus mensajes: “ezpañolez, mientraz Dioz me dé vida...”). Y, pasado el tiempo, entiendo las prevenciones de Iglesias, que sabe del impacto que puede tener el contenido del discurso del rey Felipe VI el 24 de diciembre en un contexto en el que los poderes económicos y los sectores más conservadores siguen presionando con todos los medios a su alcance en un esfuerzo desesperado por evitar la presencia de Podemos en un Gobierno que contaría también con el visto bueno de partidos nacionalistas. Y eso, para algunos, es sentar mucha gente en la mesa. También en Navidad.