Desconozco si en las facultades de Comunicación siguen estudiando a McLuhan. Imagino que sí, porque su doctrina está más vigente que nunca. Fue este filósofo canadiense quien acuñó el conocido término de que “el medio es el mensaje”, que la percepción de lo que se transmite guarda una estrecha relación con el canal utilizado para su difusión. Fallecido en 1980, se sorprendería McLuhan de la dimensión que ha adquirido su aserto, de cómo los nuevos formatos para expandir mensajes no buscan tanto comunicar como malear, incluso no siendo fieles a la verdad o divulgando falsedades que son dadas por ciertas por el receptor quien, a su vez, colabora en amplificar su eco.

En este contexto en el que los periscopes de Twitter o las Instagram stories son de uso frecuente e inmediato, el rey Felipe VI sigue asomando cada Nochebuena (como antes lo hicieron su padre y Franco, aunque este en Nochevieja) en la pantalla del televisor. Lo hace a una hora en la que hasta la gente con alguna tendencia monárquica está a otras cosas, a los vinos con los amigos o poniendo la mesa o echando un vistazo al horno. Por lo general, esa comparecencia tiene un fondo rancio de despacho de trabajo y un contenido que trata de ser equidistante en lo social y político menos cuando de la unidad de España se trata porque en ella va el futuro de la dinastía y, antes, del negocio. Entre tanto pasar de puntillas por lo que en realidad preocupa, ha habido años en los que era difícil encontrar un titular que despertara el interés del lector más allá de las interpretaciones de los partidos.

El mensaje del rey funcionaría más veloz a través de WhatsApp, aunque en una jornada como la de Nochebuena, con cientos de mensajes, fotos y vídeos chorra que abrir, tampoco le auguro mucho éxito más allá de la pestaña de ‘eliminar’. Buscando sorprender, Revilla habló a los cántabros desde una cueva, una alegoría abierta a todo tipo de interpretaciones, si es lo que pretendía el lenguaraz presidente. También ese despacho con árbol y banderas desde el que diserta el monarca tiene un aire cavernario: no me extraña que tras escucharle haya más gente que opte por la opción de abandonar el grupo.