engo para mí que esas largas mesas en las que últimamente se muestra Vladimir Putin al mundo tienen poco que ver con el miedo a posibles contagios, con supuestas precauciones sanitarias para salvaguardar el estado de salud del presidente ruso, como se encargan de difundir fuentes del Kremlin. Esa enorme tabla a cuyo extremo sentó a Emmanuel Macron o la otra en la que se retrató el pasado lunes con Serguéi Lavrov son un atrezo más simbólico que preventivo. Ante los avisos de un posible ataque de Rusia a Ucrania -al que incluso se le había puesto fecha de ayer noche-, Putin ha preferido mostrarse serio y distante, poco acogedor hacia sus contertulios. Alejar al interlocutor a una esquina de una mesa más apropiada para un abarrotado banquete real que para el diálogo sereno, transmite una idea de desconfianza por parte del anfitrión, de una soledad (ante la comunidad internacional) voluntariamente asumida por este y de difícil reversión. Aún diría más; alejar al concurrente a tanta distancia dificulta abrirse a cualquier complicidad, da pábulo a un posterior ‘no te escuché bien’ o, por decirlo más claramente, ‘me importa poco lo que digas porque mi posición y mis planes están al otro extremo de los tuyos’. En fin, hay un detalle de la foto con Lavrov que avala esta teoría: mientras Putin tiene un micrófono delante, el ministro de Asuntos Exteriores se debe hacer escuchar a voz en cuello. Para completar el cuadro, a la izquierda de Putin, casi fuera de escena, asoma un dispositivo con botones rojos y verdes: una imagen sugiere más que mil palabras.

Hay un cuadro de la mexicana Frida Khalo, ‘La mesa herida’, que vivió un curioso peregrinaje. La pintora regaló su obra, de grandes dimensiones, a la URSS, pero el régimen soviético la devolvió porque lo consideraba un ejemplo “de un arte formalista burgués decadente”. Luego, al cuadro se le perdió la pista durante años hasta que alguien anunció que era su propietario y que lo sacaba a subasta. Khalo representa en el lienzo a personajes sacados de la cultura funeraria de México alrededor de una mesa ensangrentada; en el cuadro que compone Putin rígidamente sentado a esas mesas inabarcables, en un contexto de grave conflicto internacional, hay también un aviso de muertes, de calamidades. Lavrov, tras la reunión con Putin, habló de dar espacio a la diplomacia. Estoy seguro de que Putin ni le escuchó.

Alejar al interlocutor a una esquina de una larga mesa transmite una idea de desconfianza por parte del anfitrión, de una soledad voluntariamente asumida