scucha sonidos extraños cuando habla por teléfono? ¿Mira con sospecha a la cámara que le han instalado en su ordenador? ¿Toma precauciones mientras ocupa la habitación de un hotel? ¿Le inquieta ese coche que circula durante kilómetros detrás de su vehículo a una distancia prudencial? Sin caer en paranoias, es muy posible que le estén espiando. Pueden ser profesionales que persiguen conocer altos secretos o delincuentes del tres al cuarto con un plan de extorsión. O que se han equivocado de persona, porque estas cosas pasan. Quizá hasta usted mismo ha pegado el ojo a la mirilla de la puerta, la oreja a una conversación cercana o se ha dejado llevar por la curiosidad más allá de lo que aconseja el manual de urbanidad. Y está realizando un espionaje. El espía tiene mucho de voyeur, de mirón malsano, de cotilla especializado. El cine y la literatura han idealizado al personaje dándole, en la mayoría de las ocasiones, un barniz de tipo atractivo, adornado de mil recursos, entre ellos dos tan cinematográficos como el de la seducción y el de la capacidad de supervivencia. Puro teatro.

El espía resulta atractivo hasta que mete las narices en tus asuntos. Todo correcto mientras hurga en la vida de los otros y no en la mía. Es lo que pasa con el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Se supone que cuando un Estado genera y ampara un organismo opaco cuya principal función es conseguir información por canales, llamémoslos extraoficiales, con métodos que en ocasiones bordean la ilegalidad (cuando no se sumergen hasta el cuello en ella), cuando tiene una partida en los Presupuestos Generales y una parte de ella -sin control- puede ir destinada a chivatos o a pagos de trabajos incalificables, cuando se crea un CNI, en fin, todo el mundo sabe para que sirve y a qué se expone. ¿Para qué quieres un centro de espionaje si no es para espiar? El problema surge del uso que cada Gobierno puede hacer para sus propios intereses. Porque ¿quién señala los objetivos por los que unos son los investigables y otros no? Aquí, como en una infidelidad, el problema es que te pillen y luego tener que inventar unas explicaciones que nadie se cree.

Cuando un Estado ampara un organismo opaco cuya principal función es conseguir información por canales, llamémoslos extraoficiales, todo el mundo sabe a que se expone