cada vez entiendo más a los sentineleses, lo que no significa que me gusten sus procedimientos para enfrentarse a todo aquello que les es ajeno. Vamos, que no es cuestión de armarse ni con flechas, ni con nada. Aunque es mejor no armarse en el sentido literal de la palabra no hay más remedio que armarse, pero de valor, para afrontar los embates que nos está propinando la actualidad. La intransigencia y deshumanización de las posturas radicales ultras con y por el desprecio que escupen hacia quienes quieren presentar como personas ajenas a su idiosincrasia, da miedo. Ese despertar de la fiera a “su nuevo amanecer” que a codazos se está abriendo hueco en el panorama parlamentario y que ha dado sus primeros pasos con el descorche andaluz, da mucho miedo. Hay que tomar nota y corregir tendencias en vez de seguir engordando el caldo de cultivo con distintos ingredientes. No es de recibo pedir a Dios en estos tiempos por la patria y por el rey, ni hacerse eco de las doctrinas joseantonianas desde el púlpito en una boda. ¿A dónde conduce eso?

Y sigue la retahíla. Una supuesta campaña turística incomprensible y bárbara cuyo nombre no quiero ni citar para no dar pábulo, da asco. La insistencia de los jueces en ver abuso y no violación, y, en este sentido, la lentitud del sistema para, de una vez por todas, llamar a las cosas por su nombre y catalogar los delitos como la tipología de lo que realmente son, suscita indignación. Que dos personas mayores dejen este mundo por una intoxicación doméstica en el centro de la ciudad, produce mucha tristeza y desazón. Son embates que golpean fuerte en la cara y duelen. Son agresiones que no hay quien aguante y ante las que no solo cabe parapetarse a tiempo.