es impresionante la capacidad humana para intentar superar sinsabores que provocan los congéneres cuando asistes a decisiones incomprensibles que parece responden a ingentes dosis de odio y a intereses ocultos. No hay que olvidar que los aparatos son caros y los sillones, cajeros. No se comprende que después de cuatro años de supuestos desencuentros, pero también de encuentros, aflore un distanciamiento ficticio y se retire el saludo. No es creíble. Tiene que haber otra explicación para que el PSN se haya cerrado en banda frente a EH Bildu y, de paso, a quienes han trabajado por el reclamado cambio. Tiene que haber otra explicación oculta para que siga sintiéndose más cómodo de la mano de la derecha que de quienes, al menos en lo social, debiera sentirse hermano. Puesto que lo filosófico, la ideología, la reforma social, la solidaridad, la igualdad, el bienestar y otros principios parece que ya no importan; puesto que vergüenzas y perdones pendientes los hay en todos los lados, ¿será que hay que pagar el aparato del partido y para eso hay que estar en la pomada? Aristóteles, Maquiavelo, Bismark o Churchill dijeron aquello de que la política es el arte de lo posible; es más, que debiera ser el arte de servir al pueblo. Aquí, ni arte, ni posible, ni servicio.

Y en estas estaba pensando cuando después de dos horas entrando hasta 60 bandas en la plaza de toros, llegó la comparsa con su gracia y su salero, y a portagayola recibió a La Pamplonesa. Diez mil personas ajenas a lo que se cocía en la casa consistorial vibraron en la monumental al son del Riau riau, hicieron la ola, disfrutaron del folklore y se sumaron al zorionak más alegre de nuestra centenaria. Esa, esa, esa, esa Pamplonesa. ¡Que no te corten la fiesta!