En un ejercicio de empatía sin precedentes, me meto en la piel de un afiliado honesto del PP y me pregunto qué me gustaría que me ofreciera un candidato a las primarias para recuperar la ilusión con un partido en horas tan bajas.

Y me imagino un discurso parecido a éste: “Compañeros y compañeras: nos han echado del Gobierno por culpa de la corrupción que nos ha comido por los pies, y si no acabamos con ella, ella va a acabar con nosotros. Por tanto, si queremos volver al poder por nosotros mismos -y no dando nuestro menguante apoyo parlamentario para que gobierne Ciudadanos, que nos está vampirizando-, tenemos que limpiar el partido de arriba abajo, como cuando Hércules cambió el curso de un río para limpiar los establos de Augías, o con una refundación drástica, o con una auditoría interna a cara de perro, para echar a los que están o han estado pringados, comenzando por todo el que sale en los papeles de Bárcenas, que todos sabemos que son ciertos y no fotocopias de fotocopias. Ya no hay quien pueda con la piedra de mil imputados y más de 30 casos de corrupción que tenemos colgada al cuello, y si no cortamos la cuerda nos lleva al fondo del río”.

Pero, claro, acto seguido miro el abanico de aspirantes y no es solo que no vea a ninguno capaz de hacer esa limpieza, sino que ni siquiera están hablando en sus respectivas campañas de la podredumbre del PP, salvo Cospedal -culpable por acción, omisión y hasta matrimonio-, que es capaz de decir sin ruborizarse que es la que más ha luchado contra la corrupción. Y como no la citan, aún menos proponen medidas para erradicarla.

En fin, que ellos (candidatos y afiliados) sabrán, pero que reflexionen un poco: si el PP ha caído de los 10,8 millones de votantes de 2011 a los menos de 5 (y bajando) que se les pronostica ahora, y si el motivo obvio ha sido la complicidad activa o pasiva con la corrupción, quizás es que hay que abandonar cuanto antes la táctica mariana de negarlo todo y no hacer nada. Y arremangarse. Y limpiar.