Cuando Stanley Kubrick murió en 1999, el crítico de cine Carlos Boyero dejó su frasecita para la historia: “¿La palmó Dios? Pues vale”. El título de un artículo vitriólico (es fácil de encontrar en internet, y recomendable de leer, aunque solo sea por la gracia que tiene cuando se pone tan bruto) en el que zanjaba las cuentas pendientes que al parecer tenía con el cineasta neoyorquino.

De todas las películas de Kubrick que nos han encantado a millones de espectadores, apenas perdonaba la vida a Atraco perfecto, Espartaco, Lolita y, a medias, Barry Lindon y La chaqueta metálica. Al resto le daba hasta hartar y, aún peor, Senderos de gloria ni la nombraba.

El caso es que los fanáticos de la ciencia ficción estamos celebrando estos días el 50 aniversario de 2001: Una Odisea del Espacio, y no es mala idea empezarla con la frase que Boyero le dedicaba en ese texto: “Tan infernalmente aburrida como grotesca”. Y, para rematar, una pulla casi pueril: “Faltan meses para que se cumpla la profecía y aquí no ha pasado nada” (narrar en una película un contacto con los extraterrestres en 2001 y que no sucediera... ¡le hacía aún peor cineasta!).

Como para gustos se hicieron los colores, no es plan de ponerle nota ni adjetivos rimbombantes a 2001, pero sí al menos a ceñirse a lo irrefutable: fue pionera en el respeto escrupuloso a la ciencia conocida (comenzando por el silencio espacial, ése que desprecian las pelis para adolescentes); en narrar la soledad, la claustrofobia y los temores de un viaje espacial; en explorar las inquietudes que ya hace medio siglo suscitaba la inteligencia artificial... Cambió el modo de hacer cine de ciencia-ficción y, si me apuran, hasta el modo de hacer la literatura de este género.

¿Que 2001 es aburrida? Bueno, hay que tomársela con calma. Desde luego, no tiene el ritmo de las comedias de Billy Wilder, el Dios Supremo de Boyero. Y no se puede negar que le sobran bastantes minutos al flipado vuelo intergaláctico del protagonista.

¿Que 2001 es grotesca? Él sabrá qué parte de la película le causó risa sin pretenderlo.

¿Que vale la pena verla? Sí. Aunque solo sirva, que no digo que no, para acabar con un decepcionado: “Pues vale”.