enternecedor el baldío intento de Pablo Casado de presentarse como si fuera un partícipe más del hundimiento del PP, se mire por donde se mire. Para empezar, por el extravío respecto a 2016 de 3,5 millones de votos y 71 escaños. Hasta unos pírricos 66 diputados, rompiendo el suelo del partido con aquellos 107 de Aznar en 1989 y en parámetros equivalentes a la frágil Alianza Popular de Fraga en los albores de la democracia. Por descontado, de bochorno la comparación con los 186 escaños de Rajoy hace sólo ocho años. Una debacle sin paliativos ni tampoco excusas, pues desde su acceso a la presidencia del PP -consumado un pacto de perdedores con Cospedal frente a Sáenz de Santamaría- Casado hizo y deshizo a su antojo. En lo programático, escorando a la sigla aún más a la derecha que su mentor Aznar; y, en consonancia, conformando unos equipos y unas listas repletas de perfiles radicales y grotescos. Un severo problema ahora que el PP precisa de moderación para volver a ubicarse en la centralidad que le ha dejado expedita al PSOE y en alguna medida a Ciudadanos al enfrascarse en una competencia descabellada con Vox y legitimar su discurso ultra hasta ofrecerle compartir gobierno la víspera electoral. Constatado el divorcio de Casado con la lógica política, e individualizada su responsabilidad personal e intransferible, resulta de justicia reconocer que cogió a un PP a la deriva y mascando el naufragio. Porque el timonel anterior Rajoy obsequió al PSOE con la Moncloa por no convocar anticipadamente las elecciones que hubieran frustrado la moción de censura con la que Sánchez ha esculpido su predicamento social. Después de que el contemplativo Mariano se resistiera también a depurar la organización, sirviendo en bandeja a los adversarios el argumento de una estructura necrosada por la corrupción que con efecto retardado ha costado a la marca algunos cientos de miles de votos. Así que en el parte médico del PP y a saber si hasta en su esquela debe figurar el nombre de Pablo Rajoy o el de Mariano Casado, prevaleciendo el criterio del sufrido elector de una sigla asomada al abismo de las inminentes elecciones autonómicas y municipales. Con respiración asistida y contenida ante el empate técnico con Ciudadanos, situado a 300.000 exiguos votos de la otrora casa común de la derecha hispánica.