sin coherencia la política deviene en mero oportunismo y la ideología muta en pura pose. Por eso a los políticos profesionales hay que requerirles congruencia, en los contenidos que conforman el fondo y en las actitudes que moldean las formas. De esto último se olvidó Pablo Iglesias cuando en los fastos de la Constitución se dejó grabar de cháchara con el ultra Iván Espinosa de los Monteros. Una guasa incompatible con la crítica sistemática de Unidas Podemos a Vox por conculcar los derechos de los humanos que no son del gusto de la extrema derecha, valga la eufemística síntesis. Ese colegueo público resulta injustificable a los ojos del electorado, y más cuando Iglesias se perfila como vicepresidente de un gobierno progresista, pero conviene recordar que lo antagónico no quita lo cortés. Es decir, que la discrepancia incluso estructural no está reñida con un mínimo de educación. De hecho, las instituciones entran en barrena cuando las diferencias programáticas se tornan también en aversiones personales. Bien entendido que el respeto al oponente no debe confundirse con camaradería si se quiere preservar la identidad política, cuyo basamento común es propiamente la búsqueda del interés general al margen de ideologías. De ahí que también quepa censurar la costumbre inveterada de tirar por tierra todo lo ejecutado o solo planteado por el contrincante, una tradición de tintes infantiloides que revela los complejos propios y que puede concebirse como antidemocrática por anteponer el sello de autor al bien colectivo. Ese revisionismo destructivo, con excepciones tasadas de iniciativas lesivas para la mayoría social, constituye un freno para el progreso y además genera gastos adicionales en la misma medida que un tensionamiento ciudadano innecesario. La madurez democrática se calibra tanto por la relación civilizada y no impostada con el que piensa distinto como por la capacidad para asumir las aportaciones positivas del resto. Compadreo con el adversario nunca, por improcedente más allá de la urbanidad exigible, pero reconocimiento de lo bien hecho por supuesto.