asó de largo. Otra vez. Al menos de mis casas, entendiendo el posesivo en plural como las moradas de los más queridos. ¡Ay la Lotería de Navidad! De nuevo al contenedor del papel los décimos comprados por si les tocaba a los próximos, no fueran a descorchar otros las botellas de champán. Y a la basura también los sueños que volvimos a paladear. La prejubilación millonaria para empezar, con todo lo que pende de la existencia relajada. Antes que nada, la autogestión del tiempo que nos quede. Léanse los placeres mejores cuando se nos antojen, un viaje exótico por allí o una comida rica por aquí, siempre en buena compañía. Un no parar al libre albedrío sin reparar en gastos, lo más parecido a la felicidad. Con la capacidad además de hacer más fácil la vida al entorno cercano porque nos da la gana, porque sí. Sin esperar nada a cambio, que ahí reside la generosidad verdadera. Despierten, amigos y amigas. Como cada 23 de diciembre, siguen siendo los que eran. Es decir, que continúan siendo, lo que no resulta poca cosa. Más teniendo en cuenta la cantidad de buena gente que la enfermedad en general y la pandemia en particular han mandado al otro barrio. Se trata como hasta la fecha de jugar lo mejor que cada cual pueda las cartas que le hayan caído en suerte. O en desgracia, porque de todo hay y tiene que haber. Y no es resignación. Más bien al contrario, la expectativa de que desde la premisa del esfuerzo -tan innegociable como la constancia- la fortuna puede sonreírnos. Al menos a ratos. Resistencia para no desfallecer cuando pinten bastos y capacidad de adaptación para progresar, ahí radica la cuestión. Abrazados a un realismo digamos esperanzado, sin positivismos de garrafón. Desconfiando de los siempre encantados de la vida, pura pose, y de los que dicen no arrepentirse de nada, cretinos de catón porque entonces nunca han decidido por sí mismos. En fin, que nuestra lotería es vivir tan bien como sepamos con la dosis justa de optimismo para poder contarlo a cuanta más gente mejor, pues las experiencias compartidas multiplican el disfrute y más en una sobremesa con tragos abundantes de por medio. El Gordo pasó de largo en efecto, así que no cambiaremos de casa ni de coche tampoco en esta ocasión, pero que jamás nos flaqueen las fuerzas para seguir remando. Aun con los vientos en contra.

La suerte pasó de largo y ahora se trata de jugar lo mejor que se pueda las cartas que nos han tocado con la expectativa de que con esfuerzo la fortuna nos sonría