repidante. Global. Vertiginosa. Impredecible. La vida, el mundo, ha entrado en una espiral que nos está engullendo en una montaña rusa de sensaciones y realidades. La prensa, los medios de comunicación, somos el reflejo de este carrusel de titulares y noticias que ni siquiera pensábamos escribir hace unos días. Somos testigos de una sucesión de dichos y hechos que se acumulan desplazándose unos a otros. Como si lo importante ya no permanece, como si lo que está por llegar siempre es más que lo vivido. Cuestiones que además da igual donde sucedan, aquí o a miles de kilómetros, porque todo nos acaba afectando en una especie de recreación de películas como Babel o El Efecto Mariposa. Nos afecta en nuestra vida cotidiana, en nuestro estado de ánimo, pero también en nuestra cuenta bancaria, en las estanterías de los supermercados o en la factura de la luz. En río de revuelto siempre ganan los mismos y pagan la factura de la desigualdad social los de siempre, pero nunca había sucedido todo a tanta velocidad y con tantos efectos expansivos por encima de fronteras. Sin dejar del todo atrás la pandemia empezábamos el año con la caída de Pablo Casado y la implosión de todo un partido de la oposición (con la versión foral de Adanero y Sayas), poco después de que estuviera a punto de saltar por los aires el gobierno de coalición en Madrid o acabar con la carrera de la ministra de Trabajo cuando preparaba su despegue final con la Reforma Laboral. Sin acabar la crisis mundial de la pandemia estalló una guerra que no se quería ver venir. Y la guerra sigue y ahora se suma la crisis energética, las huelgas de transportistas y la rebelión del campo; y para rematar los capítulos de esta larga serie y complicar más el tablero de juego, Sánchez se saca de la manga de tahúr la jugada del Sáhara ante sus padrinos europeos y estadounidenses, con el pueblo saharaui como primer pagano. Gente que ha sufrido y sufre la guerra. Como la población ucraniana arrasada estos días. Como incluso los ciudadanos rusos que también tienen que soportar el régimen de Putin en su país. Porque creo que hay que volver a poner el foco en la gente, en las personas por encima de geopolíticas, banderas o intereses partidistas. Salirse de ese juego de buenos y malos. Acabar con esta guerra para cortar esta crisis humanitaria, social y económica. Sí al pueblo ucraniano, pero no a la guerra. Ese lema sigue vigente mas allá de la lógica empatía emocional y compromiso social con los que sufren. Allá y aquí. En Ucrania y en África o Palestina. Por los derechos humanos de todos y todas. No a la guerra. Con eso nunca nos equivocamos.

Hay que volver a poner el foco en la gente, en las personas por encima de geopolíticas, intereses partidistas o banderas. Salirse del juego de buenos y malos y recuperar el no a la guerra