L a historia siempre es fascinante aunque muchas veces se quiera desdibujar por diferentes intereses partidistas, sobre todo en aquellos capítulos donde hay de por medio una mujer poderosa: ya saben que la historia siempre se ha escrito por y para hombres. Es lo que ha ocurrido con Catalina de Foix, la última reina de Navarra, una referencia muy “oscurecida” por la historia tal y como relata el historiador Aitor Pescador, que indaga en Catalina en su triple papel de mujer, madre y reina. Fue la perdedora de una guerra, y Fernando el Católico supo desplegar toda su artillería propagandística, legal e histórica para hacer desaparecer su figura y convertir a la que fue la última reina de Navarra en una extranjera para el reino, una francesa “ajena a Navarra”. Una opinión que todavía sigue vigente entre muchos círculos de opinión. Sin embargo, un pequeño repaso a la historia y la oportunidad que brinda el cambio de nombre ponen de relieve sus logros como gestora, su defensa de la independencia de Navarra y su capacidad para transmitir a sus hijos el deseo de recuperar la corona que les fue “arrebatada” con violencia. Catalina (1469-1517) apenas tenía trece años cuando accedió a la corona en medio de un galimatías dinástico. Ocupó el trono navarro entre 1483 y 1517 aunque apenas fueron cinco años de reinado “libre”. No se corona hasta 1494, y el poder efectivo lo empieza a ejercer desde 1507 cuando expulsan al conde de Lerín y el reino se estabiliza internamente. Al cumplir los 15 años se casa con Juan de Albret con quien gobernó. Tuvo 14 hijos y rompió todos los esquemas empezando por su empeño de convertir un estado medieval en un “estado moderno” tras una guerra civil que había dejado totalmente devastada a Navarra. El pequeño reino estuvo siempre pillado entre dos grandes titanes. De hecho, las negociaciones para casar a su hijo Enrique II con una hija de Luis XII de Francia fue el argumento que utilizó Fernando el Católico para ordenar la entrada del Duque de Alba en 1512. Tras la invasión castellana es la que se encarga personalmente de negociar con el Papado, con Fernando el Católico primero y luego con Carlos I para que le apoyen. Y recibirá finalmente apoyos franceses sin mucho éxito. Seremos la última generación que tengamos que repetir el nombre de avenida del Ejército. A mi juicio es una señal de modernización que una de las vías esenciales de entrada a la ciudad lleve el nombre de la última reina. La pena es que este tipo de decisiones no se negocien mejor para lograr un mayor consenso. Al menos desde el cambio.