mi tío Esteban se solía quedar dormido para los postres. Eran las fiestas del pueblo y, después de la ronda de los jóvenes, había comida grande. Cada uno en su casa, pero en la de mis tíos había mucha gente al reclamo de estas personas amables y dulces, pura ternura y generosidad. Mi tío llegaba con buen apetito, charlaba con los más cercanos en la mesa y, poco a poco, se iba apagando. No era debilidad, sino necesidad de reparar el sueño quebrado, a partir de no sé qué hora, porque para mi tío no había día de fiesta, porque había que sacar a las vacas a pastar, recogerlas después, limpiar la cuadra, ordeñarlas a mano, luego llegó la ordeñadora, el ternero de una, la comida por allá... Un trabajo duro y largo, desde cuando era de noche y hasta que se iba el día todo los días.

Para los niños de ciudad no cabía mayor fascinación que ver al tío Esteban con el ganado de un sitio a otro, sostenido por una fuerza que le brotaba de la responsabilidad, la abnegación y supongo que de la parte de felicidad por lo que hacía. Yo lo veía así. Una veintena de vacas, más o menos daba para que este hombre afilado y con garbo se deslomara, para que tratara con pericia a cada animal, de los que sabía sus manías o mal humor, que alguna de las vacas miraba que daba miedo. Ese mundo rural de trabajo duro y físico, minucioso y con mimo, lo reunía todo: sensatez, naturaleza, sencillez... Muchas preocupaciones. Y también otras cosas importantes que se reivindican ahora: cercanía, sostenibilidad, respeto medioambiental. Aunque no hubiera nunca días de fiesta.

Una explotación en Soria, en Noviercas, va a tener casi 20.000 cabezas de vacuno para leche, convirtiéndose en la vaquería más grande de Europa. En sólo una ganadería, casi tantas vacas como todas las de Navarra, que rondan las 25.000. El engendro acaba de ser autorizado, los promotores contemplarán un negocio viable y además la bendición institucional lo barniza todo, aunque suene a burrada insostenible. Los ganaderos de siempre -las de explotaciones pequeñas hechas a golpe de tenacidad y esfuerzo máximo- ya habían sido succionados por el ritmo de los tiempos y su modernidad, por el negocio descarnado y todo lo que se les exigía. Cuando empiece a andar ese monstruo, veremos qué acaba devorando. A mi tío Esteban le quitaría el sueño. Así andan otros.