los domingos por la mañana eran los días de ir al monte, porque ir al monte era caminar hasta la cima más o menos de San Cristóbal, que así se ha llamado al Ezkaba durante mucho. Y a la subida se le añadía la caminata desde el Casco Viejo, largo trecho si se hacía la marcha con poco más de diez años. Bocadillo, bota de vino, cantimplora con agua para los pequeños, y así pasábamos una larga mañana, hasta después de la hora de comer, entre caminos conocidos, insectos cuando hacía calor, algunos perros y bastante personal por las cuestas, que el monte que mira a Pamplona ha tenido siempre su animación. San Cristóbal estaba bastante limpio, nada de plásticos, y se nos insistía, entre otras cosas, en recoger los envoltorios y, sobre todo, en quitar los trozos de botellas que encontrábamos por ahí “porque si les da el sol, así empiezan los incendios”. No había mucha más porquería. A casi nadie se le pasaba por la cabeza dejar recuerdos de su picnic dominical. No tengo el recuerdo de que fuéramos ni más limpios ni más escrupulosos de lo que se es ahora, pero sí había un sentido de lógico cuidado y respeto por lo que considerábamos un poco nuestro, ese entorno cercano en el que crecíamos y deseábamos ver bien. Del cuidado del medio ambiente no se trataba más allá de la aplicación de normas de sentido común y nuestra relación con la naturaleza era más bien primaria. Ahora, porque estamos más, la capacidad de estropear más se convierte en tendencia, pero el común de los ciudadanos se comporta como una masa correcta y dócil, en el buen sentido, que en estos asuntos del medio ambiente harán lo que se les diga. Si hay quien dice algo dentro de la normalidad. Por eso la figurita de Greta Thunberg y su discurso enfrentándose a los gigantes llega más que los comentarios fanfarrones de barra de bar de Trump. Nosotros somos pequeños y estamos dispuestos a atender lo cercano, que es por donde se empieza.

La cumbre sobre cambio climático, entre sus retos colosales y planes mundiales, más que educar tiene que advertir y subir el tono de la sirena lo máximo posible. Encender las alarmas en estados, gobiernos, asociaciones y empresas porque los que manejan la tela son los que más pueden hacer, pero también en los ámbitos más próximos: escuela, institutos, quizás espacios de trabajo. En las generaciones que vienen, en donde se nota que ya hay un mentalidad distinta y deseo de cambiar más, habrá que encauzar sus inquietudes y preocupaciones, y a todos incitarnos porque nunca es tarde para aprender. Para andar por los caminos del monte más cercano sabiendo que cuidándolo, se empieza. A cada uno le toca lo suyo.