a habíamos empezado a mirar la cartografía y los mapas cuando hace más de un mes empezó la invasión de Ucrania y, quizas por seguridad mental y para tranquilizarnos el cuerpo, le pusimos muchos kilómetros de distancia al sitio de la guerra, descubrimos sus fronteras, ubicamos lugares nunca pensados y certificamos que el desastre está lejos, aunque está junto a la puerta de entrada de la Europa de la primera velocidad, o eso dicen. Lo de la velocidad.

Pero visto lo visto, la cartografía tiene mucho sitio para aguantar el espanto que le pongan los dibujantes de la vida de los otros, que de estos hay en todas partes, delineantes para la mierda. Y a todo esto, ¿dónde queda Bucha? Otra ciudad de la que no habíamos oído hablar en nuestra vida, pero en donde se han montado los matarifes un escenario de terror, impensable a estas alturas de la civilización en la que estamos -o en la que creemos que estamos-, pero de todo punto posible desde el momento en que en una guerra caben todas las formas del horror, y morir y matar se puede practicar y sufrir de cualquier modo. Bucha tiene la población de Barañáin, más o menos, y un mínimo ejercicio de imaginación trayendo las imágenes de allí a aquí basta para sentir la salvajada de una existencia rota. De vivir la vida que te toca en donde sea, a ser despojo en las imágenes de los informativos. De estar a tus cosas, ir a la compra, coger el autobús para irte a otra parte, visitar a la familia, a estar colocado panza abajo en la carretera por la que maldecías quizás solo unos días antes un mal día en el currelo o una bronca tonta en casa.

Porque aunque el impacto de las imágenes del horror sigue llegándonos con nitidez en esta guerra por televisión, la invasión y las consecuencias del conflicto ya llevan van camindo de dos meses desde que empezó y no hay señal alguna que anuncie un final relativamente próximo, y parece que nos vamos a hartar de hacer caravanas humanitarias y recibir a refugiados mientras el conflicto se enquista y permanece, y de paso nos van poniendo pruebas a nuestra capacidad para visionar la muerte y sus derivadas.

Y mientras colocamos un atlas geográfico a mano porque hay nuevos sitios que descubrir, ¿Cuántas matanzas como las de Bucha habrán sido y no nos habremos enterado? La muerte está ahí al lado.