no engañó Podemos a la ciudadanía cuando anunció que venía a hacer otra política. Efectivamente ha hecho muchísimas cosas distintas. Algunas buenas, aunque cueste ahora rescatarlas de la memoria, y muchas horribles. Y, lo que es peor, en ausencia casi total de autocrítica. Más de año y medio lleva el grupo parlamentario de Podemos Navarra en una espiral autodestructiva. A pecho descubierto, han elegido el desaconsejable camino de airear los trapos sucios, con un discurso nada edificante, en lugar de lavarlos en casa. Sumidos en un permanente estado de guerra interna que ha lastrado su eficiencia parlamentaria, han tenido la fortuna de viajar resguardados en el furgón del cuatripartito, que les ha tapado buena parte de sus andanadas. Pero ni aún así ha sido suficiente para detener la hemorragia interna dentro de un grupo que sigue viendo la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Es más, hay quienes incluso responsabilizan a sus socios de gobierno de haber actuado con pasividad ante el cruce de estiércol entre las dos facciones incapaces de pactar unos mínimos de convivencia dentro del grupo parlamentario. Dinamitados ya todos los puentes, ambas partes parecen decididas a pugnar por la batalla del relato desde la inconsciencia, pensando que en esta guerra todavía puede haber vencedores y vencidos, mientras la derecha asiste al espectáculo de autoliquidación de un proyecto con una sonrisa incontenida. ¿Acaso todavía no se han enterado de que el personal ha desconectado de una bronca con mucho más transfondo personalista que discrepancia política? Podemos, que tuvo una aportación clave al histórico cambio de 2015, ha tirado por el desagüe un inmenso caudal político en tiempo récord que será muy difícil recomponer, aunque no imposible, para que vuelvan a salir las cuentas en mayo. Pese a que todavía haya quien quiere imitar a la orquesta del Titanic y siga empeñado en dar el cante, aunque ya casi nadie le escuche.