se ha extendido en las últimas semanas una ola de pesimismo y preocupación en torno a las posibilidades de reeditar el 26 de mayo el histórico vuelco de 2015. Sin duda hay caldo de cultivo para la inquietud, ya que era difícil que el cambio entrara con peor pie en este 2019 de como lo ha hecho. Al insoportable enfrentamiento interno de Podemos se ha sumado el portazo de Aranzadi a los Presupuestos de Pamplona y toda la bronca derivada de la clausura del gaztetxe que había en Navarrería. Son tres asuntos que causan nerviosismo entre el personal proclive al cambio y que, en consecuencia, dan oxígeno a la oposición. Alguno de ellos no tiene solución a corto plazo y otros tampoco a largo, pero al menos el primero está en vías de desinflarse, después de que ayer se conocieran los informes jurídico y económico elaborados por el Parlamento. Su contenido supone un golpe a los expulsados de Podemos integrados en Orain Bai, que difícilmente van a ver colmada su aspiración de tumbar a su excompañera Ainhoa Aznárez de la Presidencia del Parlamento. Ni tampoco tienen despejado el camino de acceso a las subvenciones que reciben los grupos parlamentarios, que les podrían servir para organizarse el trabajo diario en la Cámara y, llegado el caso, para financiar una candidatura con la que concurrir a la próxima contienda electoral. En consecuencia, su salida más airosa pasaría por retirar el escrito de expulsión que presentaron hace un mes, aunque no parezca ni por asomo que vayan a hacerlo. Mantener el pulso lleva implícito, sin embargo, el riesgo de terminar como el cazador cazado y acabar la legislatura siendo ellos los expulsados y regalando discurso y mayoría parlamentaria a la oposición. Una legislatura que, dicho sea de paso, ha sido buena incluso para la derecha, que si vuelve al Palacio foral se encontrará con unas finanzas mucho más saneadas después de haberlas dejado en la ruina, y cuya solvente gestión es a día de hoy la mejor baza del cambio para aspirar a reeditarlo.