Uno de los problemas de UPN es que tiene mucho pasado. Su sombra, después de 15 años de sanzismo (1996-2011) y cuatro de barcinismo decadente (2011-2015), es muy alargada. De hecho, en todo análisis comparativo sobre cualquier cuestión de contenido político, económico, social, etc sucedida en Navarra en las últimas décadas aparece la mano del regionalismo. Y no sale precisamente bien parado porque su gestión es muy mejorable. Llegó al poder gracias a la corrupción del PSN en un contexto marcado por la peor violencia de ETA, y básicamente gobernó de espaldas a buena parte de la ciudadanía, sin establecer más relaciones que la de la superioridad con frecuencia humillante sobre los entonces acomplejados socialistas y fiando su suerte a que su mayoría minoritaria se impondría siempre en el Parlamento.

No ha sido así. Perdida desde hace tiempo la centralidad política y sin capacidad real de pacto estratégico con ninguna fuerza del arco parlamentario, su futuro pinta negro zaíno. Y su pasado no le ayuda a salir del laberinto porque es difícil ganarse la credibilidad más allá de la que le profesan los hooligans autoconvencidos si en las primeras filas del partido continúan muchos de los que participaron de la caída del régimen que imperó en Navarra desde 1991 hasta 2015, con la salvedad del efímero tripartito de 1995. Porque ahí siguen muchos de los escuderos de Barcina, que fueron partícipes directos del declive al que condujeron a la Comunidad Foral hasta su democrático desalojo del Palacio hace ya seis años. Empezando por Javier Esparza, que era consejero, y siguiendo por María Jesús Valdemoros y Cristina Ibarrola, directoras generales Economía y Salud en la etapa de los recortes históricos y que hoy forman pate del núcleo más cercano al presidente de UPN. Un presidente que ayer tuvo la ocurriencia de comparecer en rueda de prensa para condicionar su apoyo a los Presupuestos Generales de Navarra para 2022 a unas exigencias que incluso él sabe que son inasumibles para el Gobierno. Y todo ello además sin esperar a que el propio Gobierno exponga sus planes para el año que viene. ¡Qué despropósito!