Lo decíamos ayer... una cosa es el ruido y otra las nueces, pero también una cosa son las batallas y otra las guerras. De lo primero ya hablamos en su día. Tampoco queda mucho más que añadir sobre la batalla de Skolae. Políticamente cada cuál hará su balance del encontronazo. Socialmente es pronto para medir consecuencias. Educativamente, la escaramuza ha quedado enfocada tras la reunión de la pasada semana entre Educación y titulares de los centros. Skolae vendrá a ser “un programa obligatorio sin imposiciones”. ¿Tautología? Según se mire. El Gobierno ha tenido el mérito de intentar poner encima de la mesa la necesidad de coeducar en igualdad en todo el sistema y la red concertada ha sacado a colación su escudo de la “autonomía”. Los fines serán comunes y los medios, particulares... Está claro que la enseñanza concertada es mucha enseñanza concertada en Navarra, pero también que ha afrontado un tema nuevo con esquemas viejos. Incluso les han desbordado los suyos... Quienes pierden realmente son los miles de alumnos y alumnas de esa red que no se van a formar en igualdad con un programa realmente bueno. Quizá hubiera sido mejor acotar la salida de manera que sólo los centros que presentaran un programa que lo igualara o superara (algo más fácil de medir por la Inspección) pudieran renunciar a Skolae. Pero lo frustrante es la guerra abierta sobre la educación sexual. Una guerra con muy malas artes que nos retrotrae a la polémica del “pito de Etxarri” de los 80. De la pizarra a Twitter... Formas distintas, mismo fondo. Desmoraliza que en esta comunidad todavía hoy, cuando se habla de erotismo hay quien vea pornografía o cuando se plantea la realidad sexual en todas las edades se saque a pasear un término como la pedofilia. O peor aún, que no lo hagan viejos carcas sino jóvenes neoconservadores. Así va el mundo... Esa sí que es una guerra -y no me gusta el lenguaje bélico- que hay que ganar para que no pierda nadie. Porque hay cosas tan importantes como la salud (VIH, ITS...) o la igualdad (violencia de género, machismo...) en juego. Y sobre todo si una sociedad confía o no en su sistema educativo y sanitario y en sus profesionales.