l resultado de las elecciones celebradas el pasado domingo en Alemania, con una mínima ventaja de poco más de 1,7 puntos de los socialdemócratas sobre la conservadora CDU dejan un panorama incierto para formar gobierno cuya resolución se puede alargar semanas e incluso meses. La salida de Merkel tras 16 años como canciller ha puesto punto final a las cuatro victorias consecutivas de su partido y ha permitido al SPD abandonar el declive constante de las dos últimas décadas. Pese a ello, lo ajustado de la victoria del candidato socialdemócrata Olaf Scholz y la complejidad de tender una alianza a tres bandas junto a Los Verdes y a los liberales de FDP dejan su cancillería aún en el aire. De hecho, el candidato de Merkel, Armin Laschet, ha reivindicado, pese a obtener el peor resultado de la historia de la CDU, su legitimidad para intentar su propia fórmula de gobierno de coalición con Los Verdes y la misma FDP si Scholz fracasa. Alemania se adentra ahora en un territorio político y post electoral inédito y de imprevisible resultado, incluida la posibilidad de una repetición electoral que nadie siquiera se plantea allí. Una incertidumbre que a nadie se le escapa puede afectar también a la estabilidad y los proyecto de futuro de la Unión Europea. Más aún en un momento en el que tanto la geopolítica como la economía internacionales están trasladando su foco hacia la zona del Pacífico. La UE tiene aún fortalezas y potencialidades suficientes para resituarse en el ámbito internacional con una posición de influencia y capacidad de equilibrio, pero necesita repensar su proyecto. Igualmente afronta problemas internos con la irrupción de los movimientos de ultraderecha en diversos estados de la Unión y la llegada al poder de populismos reaccionarios en Polonia y Hungría a los que la mejor forma de hacer frente es la recuperación de los valores y principios democráticos y sociales originarios. De hecho, más allá de las dudas que deja la jornada electoral y el fin de la gran coalición entre conservadores y socialdemócratas en una país más acostumbrado a la certeza política que a los nuevos tiempos, la campaña electoral deja como herencia democrática el aislamiento común de la extrema derecha. No sólo de su principal partido, la AfD, que ha pasado de la tercera posición a la quinta y ha quedado excluida de cualquier quiniela de pactos tanto a nivel estatal como regional o local, sino también de los discursos tóxicos y extremistas.