A Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que arrancó ayer en Glasgow se percibe como la última gran oportunidad para la toma de decisiones por parte de los líderes mundiales con el objetivo de salvar el planeta. Las demoledoras evidencias científicas -las últimas, los informes del IPPC del pasado agosto- demuestran que el cambio climático y sus devastadoras consecuencias -incremento de la temperatura global, gases de efecto invernadero, subidas del nivel del mar, pérdida de masa de los glaciares, fenómenos climáticos cada vez más frecuentes y extremos- están causados "indudablemente" por la actividad humana. Llegados a este punto, el mundo -y, más en concreto, cada uno de sus mandatarios- es plenamente consciente de la gravedad extrema de la situación y de la imperiosa y urgente necesidad de actuar de manera global para detener el desastre. El presidente de la cumbre de Glasgow, Alok Sharma, alertó de que esta cita es "la última gran esperanza" para frenar el cambio climático. En realidad, es evidente que todos los líderes del mundo -en la COP26 se reunirán más de 120 representantes de los diferentes países, con la significativa ausencia de China y Rusia- conocen la situación límite en la que se encuentra el planeta y la amenaza real que se cierne sobre la Tierra y sus habitantes. Y tienen palabras contundentes y acertadas para definirlo. Pero, más allá de palabras y "compromisos", fallan de manera estrepitosa las acciones reales y concretas. El propio G20 -cumbre de los países más poderosos del mundo-, consciente de la gravedad del desafío global, acordó ayer un compromiso para "esforzarse" en limitar el calentamiento global a 1,5 grados, una fórmula tan vaga como insatisfactoria. De hecho, seis años despúes de la histórica cumbre de París, los países se dan cita en Glasgow sin haber cumplido, en general, sus compromisos sobre mitigación de gases de efecto invernadero y descarbonización. La situación es insostenible y el motivo del COP26 -atrasado a este año por la pandemia- es precisamente la urgencia de alcanzar no ya compromisos etéreos, sino concretar y acelerar acciones medibles y constatables y fijar la financiación climática. Es la hora de la verdad y cualquier otro acuerdo de mínimos constituiría un fraude y un fracaso que tendría consecuencias nefastas para la el futuro de la humanidad.