l Informe sobre 2020 del Observatorio de las Drogas y las Adicciones, organismo dependiente del Ministerio de Sanidad del Gobierno central, describe un estado de alarma en Navarra, comunidad que lidera los parámetros analizados en el consumo de alcohol en general y además en la edad de inicio al hábito de fumar entre los jóvenes. Según el estudio, un 27,7% de los navarros y navarras entre 15 y 64 años se ha emborrachado en los últimos 12 meses y un 8,9% lo ha hecho en los últimos 30 días. Sin embargo, a pesar de los altos datos de consumo de alcohol en Navarra, la encuesta refleja un ámbito social más vinculado a las reuniones familiares y sociales y a la consumición en hostelería que a los atracones en grupo, ya que Navarra ocupa el decimotercer lugar en el ejercicio público del botellón: el 7,8% de los navarros y navarras han participado en ese tipo de eventos grupales frente al 9,9% de la media en Estado. El consumo de bebidas alcohólicas está generalizado en la sociedad navarra y, según refleja este estudio, también aumenta la edad de inicio al consumo de tabaco y otras drogas no legales. De hecho, otro dato cualitativamente destacable y cada vez más alarmante son los casos de consumo de alcohol de forma compulsiva entre menores en determinadas fechas festivas. No es un problema nuevo este de la relación entre menores y alcohol y tabaco -pese a que las medidas de cortafuegos contra el tabaquismo han disminuido de forma importante el acceso de las nuevas generaciones-, en una sociedad socialmente acostumbrada a la convivencia habitual y normalizada entre el ocio y esos consumos. Pero sí que sirve para mantener activas las alarmas sobre un problema enquistado y creciente en las nuevas generaciones más jóvenes. Este tipo de informes suponen una señal más de alerta que no se debe dejar caer en saco roto. Organizaciones como Proyecto Hombre lleva ya años advirtiendo del alance de esa realidad sociológica y de sus fatales consecuencias sociales y humanas. Se debe reflexionar también, en este sentido, sobre actuaciones legislativas cuyos objetivos se deben pretender muy superiores a la mera afección puntual de la adicción a costumbres más o menos arraigadas. Porque las adicciones y las drogadicciones pueden cambiar de estímulos o de sustancia, pero sus consecuencias y secuelas sociales, personales, sanitarias, económicas, tanto individuales como para el conjunto de la sociedad, y profesionales siempre son negativas.