E la Conferencia de Presidentes convocada, capitalizada y escenificada por Pedro Sánchez resulta la misma sensación de otras citas similares en el pasado reciente: el Gobierno español convoca a los presidentes de las comunidades autónomas sin el menor interés en consensuar, coordinar o valorar científicamente las medidas a adoptar, pese a que su salvaguarda y efectos corresponde a los medios técnicos y sanitarios de las autonomías. En el marco de esa insuficiente coordinación política, la receta imprescindible vuelve a estar depositada en la responsabilidad individual. Un compromiso, a su vez, con la seguridad colectiva al que no se le hace ningún favor con debates públicos distorsionados o interesados que parecen más dirigidos a crear confusión que a facilitar la contención de la pandemia. Sobrevuela, por ejemplo, el relativo al uso de las mascarillas en los espacios abiertos, que es la única medida de aplicación general decidida por el Gobierno español. Es cierto que esta medida, por sí sola, no es garantía de contención, pero también lo es que el enfoque sobre su carácter innecesario que se atribuye a la opinión de expertos es también irresponsable. El uso de las mascarillas en las calles no es condición suficiente pero sí recomendable. No excluye su utilización en interiores, no exime de las medidas de distanciamiento social ni del resto de precauciones conocidas por todos desde hace más de año y medio. Lo que constituye es una salvaguarda adicional que pretende paliar la laxitud con la que el concepto de “aglomeración” se aplica según la opinión particular de cada cual. Por supuesto, como medida es insuficiente pero en absoluto inútil. Las imágenes que estos días podemos captar de las calles, las zonas de ocio y restauración, los parques y espacios deportivos abiertos, etc, acreditan la dificultad y en ocasiones imposibilidad de mantener la mínima distancia entre personas. Por ello, es absurdo e irresponsable proyectar un mensaje de inutilidad de la medida, aunque se pueda estar plenamente de acuerdo con su insuficiencia. El Pleno del Congreso de ayer es un ejemplo de esa irresponsabilidad al hacer oposición de desgaste por propio interés aun a costa de proyectar hacia la ciudadanía la impresión de que adoptar o no las recomendaciones es una cuestión de militancia o convicción personal. La temeridad de esa actitud solo la puede paliar el sentido común.