n mensaje de equilibrio y estabilidad fue lo que ayer quiso proyectar Pedro Sánchez en su balance de 2021, cuando ya superado ya el ecuador de la legislatura. Las circunstancias de esta primera parte de su mandato han sido objetivamente difíciles, extraordinariamente inestables y marcadas por el impacto sanitario, social y económico de la pandemia covid-19. Nadie debería negarle al presidente español esa dificultad a la hora de valorar el ejercicio de su gestión. Pero, dicho esto, las circunstancias que ha tenido que manejar no han sido diferentes de las que otros gobernantes han tenido que encarar en el ámbito de su responsabilidad administrativa. Y, adicionalmente, la delgada línea que separa la necesaria proyección de ánimo y positividad de la autocomplacencia aparece cada vez más difuminada. Atendiendo a sus propias proyecciones, Sánchez tiene por delante la parte más amable de la legislatura. Con la posibilidad cierta de una reactivación económica más firme mediante la recuperación de la actividad tras las fases más agudas de la pandemia y una inyección de fondos europeos sin precedentes, al presidente del Gobierno no debería bastarle con agotar la legislatura. Tiene la oportunidad de ser mucho más proactivo, de abandonar posiciones defensivas y de dejarse acompañar por quienes, desde la lealtad y el sentido de Estado, no dejan de tener una visión más cercana a las realidades sociopolíticas diversas que componen ese Estado. Sánchez no ha jugado un papel armonizador en situaciones clave de la gestión de la pandemia y de la economía por salvaguardarse del desgaste político inherente a tomar decisiones impopulares, aunque necesarias. Todavía tiemblan algunos de los listones que tenía que superar en materia de sostenibilidad del sistema de pensiones o el marco laboral y el riesgo de que su salto sea nulo no está del todo eliminado. Sigue esperándole el asunto territorial y las sensibilidades nacionales del Estado, la modernización de la economía, hiperdependiente del turismo y los servicios al consumo, un sistema energético dependiente e insuficientemente sostenible, por no entrar en el detalle de la situación de la Justicia, la Sanidad o la Educación, siempre en el punto de mira de su utilización política en lugar de proyectarse como ejes del servicio a la ciudadanía. No basta con agotar la legislatura y el tiempo apremia para poder hacer un balance positivo de ella.