Defender la ley y el orden, en estos días de confinamiento, para algunos es pensar que la ciudadanía sólo quiere burlar el sistema y las normas para su propio beneficio en cuanto la autoridad competente se da media vuelta o relaja la actitud vigilante. Es la idea sobre la vieja picaresca que juzga a las personas como si estuvieran sujetas a esa tendencia irreprimible, son los lugares mentales comunes de una visión clasista y absolutamente pesimista sobre el ser humano que interpreta toda actividad delictiva en base a esa regla. Es una concepción del mundo que quiere contraponer el individualismo de las clases populares a las que atribuye unas míseras estrategias de supervivencia, y, sin embargo, glorifica la acción de los poderosos cuando, haciendo gala de su pensamiento liberal, en un micrófono público espetan aquello de "a mí nadie me tiene que decir cuánto vino tengo que beber antes de coger el coche". (¿Se acuerdan de aquello?

Los lugares comunes siempre esconden los vicios interesados de alguien. Y éste de la picaresca no deja de esconder el autoritarismo y clasismo de una parte de la clase política que desconfía profundamente del pueblo al que aspira a gobernar y que justifica su existencia y su actuación siempre con la necesidad de mano dura - ¡ que no se desmanden!- . Algo así estamos observando en el presente estado de alarma y, realmente, preocupa.

Si nos hubieran dicho hace tres meses que la inmensa mayoría de la población iba a recluirse voluntaria y responsablemente en casa durante semanas, sin visitar a sus familias, sin que sus niños y niñas pudieran salir a la calle, soportando miedos, incertidumbres personales y económicas, tragándose las lágrimas de sus duelos; seguramente, no nos lo habríamos creído. Y aquí estamos... un mes ya. ¿Por qué funciona? Seguramente, por algo de miedo; seguramente, por algo de disciplina; seguramente, porque entendemos que es lo correcto; seguramente, por solidaridad.... Da igual por lo que sea. Estamos.

Ante esta actitud ciudadana, madura y responsable, no podemos aceptar comportamientos que estamos observando por parte de autoridades políticas, militares, policiales e incluso personas convertidas en nuevos policías de balcón. Por una parte, esos mensajes paternalistas - pretendidamente humorísticos- que dicen que te han pillado a alguien paseando ?olo a más de 200 metros de su casa, o no ser el dueño del perro que paseas o haber ido a comprar el pan a una panadería un poco más lejana, o pasear a un familiar con discapacidad sin un cartel bien grande donde diga que la sociedad te lo permite. Te cogen el nombre. Te multan. No estabas poniendo nada en riesgo. Estabas sólo o sóla cuando llegó la policía. Por otra parte, la imposición del miedo -como si no fuera suficiente el miedo generado por el bicho- a no tener la razón suficiente para moverte sin llevar una factura, una documentación del trabajo cuando hay un montón de excepcionalidades que pueden ocurrir y que exigen tolerancia.

Todas las personas no tenemos las mismas circunstancias ni las mismas condiciones vitales: no es lo mismo pasar el confinamiento en espacios amplios que confinados en un piso compartido, y menos en una habitación compartida sin un mínimo de bienestar. La autoridad bien entendida no emerge desde el miedo sino desde el respeto y el reconocimiento que requiere de comportamientos para ganarse ese respeto y reconocimiento. Estas actuaciones de ir a pillar, cuando la mayoría de la sociedad está colaborando en esta acción colectiva que nos ocupa, no ayudan en nada a ese reconocimiento. De ésta no sabemos cómo saldremos; pero, sí sabemos cómo no queremos salir: no queremos una sociedad más autoritaria, más controladora. No queremos balcones uniformados en los que se piense que cada uno de sus vecinos o vecinas es un pícaro dispuesto a saltarse las normas y eso les da derecho a insultarle y luego aplauden cuando la policía le golpea, sin saber las circunstancias que le ha llevado a la persona a actuar de esa manera. No queremos una sociedad que, por miedo, acepte el control de sus vidas sin cuestionarlo. Ni paternalismos ni autoritarismos, porque, claramente, no es el orden el antídoto al miedo, no debemos alimentar los ramalazos autoritarios propios o ajenos sino apostar por la elaboración y construcción en grupo como soporte para superar incertidumbres y encontrar respuestas. Si algo debiera salir reforzado de este confinamiento es el concepto de interdependencia, nos necesitamos. Liberarnos de la imposición es responsabilizarnos de nuestras vidas y no dejar que nos las manejen.