esta es la tercera columna que empecé a escribir ayer. Es lo que tienen las columnas, que no siempre te vienen a buscar con las letras ya medio juntadas. No trata de política, ni de economía, ni de creencias, ni de números, ni de expectativas, ni de debates, ni de boronadas, ni de elecciones... Ni de nada de todas esas cosas que ocupan muchas veces este espacio. Trata de un hecho más simple y grande, la vida. La nueva vida. Ha nacido una sobrina nueva en la familia, Maddi. Preciosa y pequeñita aún, uno de esos placeres no por esperados menos interminables. Es ese tiempo que nunca te cansas de mirar, de oír o de tocar como si no hubiera un luego. Lo sé porque recuerdo a mis hijos en ese momento y luego al resto de mis sobrinos. Ya somos unos cuantos. También pienso que le llevo 55 años de delantera a Maddi y eso acojona. No sé, creo que en poco tiempo ya me verá más como un aitatxi y eso jode un poco. Como pasa esto de la vida. Pero sobre todo emociona. Son muchos años y seguro que viviremos tiempos compartidos, pero ya irremediablemente diferentes. No sé qué tiempo le tocará vivir y disfrutar y recorrer. Con qué y quiénes se encontrará ahí fuera conforme vaya pasando su tiempo y ella creciendo en la vida. Podía haber escrito unas líneas similares con otros nacimientos antes de Maddi, pero las ideas llegan cuando vienen y ha sido con ella. Disculpas a lectores y lectoras por este pequeño desvarío personal, pero entre tantos discursos de odio que nos rodean, la nueva vida de Maddi habla de lo contrario. De una vida por delante plena de esperanzas, incógnitas, vivencias y colores. Estoy seguro que esos ojos aún a medio abrir exigen que no abandonemos el trabajo y la lucha por seguir construyendo un mundo mejor, posible y humano, para ella y sus nuevas generaciones. Y la familia y el arraigo son importantes para ello. Lo son al menos para nuestra familia. Hace poco más de un año falleció aita, un grande, y ahora llega Maddi. Será también una grande, seguro. Llega a una buena tierra. Y eso hoy es una suerte.